Hay un dicho que dice "Dios aprieta pero no ahorca". Cuando se menciona libre mercado, muchos inmediatamente creen que el término se refiere al capitalismo y a los empresarios directamente, cosa que es totalmente errónea. El libre mercado se refiere tanto a proveedores como a consumidores; de hecho, la entrada de un mercado libre a un país cerrado a la libertad económica espanta incluso a muchos empresarios que han forjado su capital en un mercado no competitivo.

¿Pero qué tiene que ver la frase dicha al principio, con los mercados?

La relación es sencilla, los mercados libres aprietan pero no ahorcan, y esto es en ambas direcciones. Los proveedores de productos y servicios se tienen que sujetar a las gustos, preferencias, liquidez y necesidades de los consumidores; los consumidores tienen que sujetarse al costo de producción, a la escasez de materia prima y disponibilidad de mano de obra; y lo que es mejor, ambos bandos tienen que sujetarse y beneficiarse de los embates de la competencia abierta. Una libre competencia busca disminuir el costo de producción para así disminuir precios y maximizar ganancias o al menos poder seguir en la jugada de los negocios.

El tema de los precios es muy concurrido por los políticos, de aquí salen propuestas muy espectaculares y atractivas, como la de disminuir los precios de productos y servicios a niveles "aceptables" para la población, usando la ley y los decretos federales. Quién decide o cómo se decide cuál es el nivel de precio aceptable para un producto o servicio, ¿hay una fórmula? o ¿es usando el sentido común y la moral?

Pues ni fórmula, ni sentido común, ni moral. Es muy complejo calcular de manera central los precios de cualquier producto o servicio de modo que se pueda llegar al precio ideal. Ubicar el precio de un producto por debajo o por encima de lo que dictan los mercados, no sólo afecta al propio sector dueño del producto o servicio, sino a todo el mercado en general. Lo que ignoran los políticos populistas que ofrecen ajustar los precios, es que los precios no se ajustan por el capricho de uno solo, sino por una inmensa cantidad de variables que hacen imposible el cálculo centralizado.

Desde el preciso momento en que una persona decide no comprar un producto para adquirir algún otro o ninguno, desde ese momento ya influenció en el precio futuro del producto despreciado y en el adquirido. Cómo sabría un político cuáles son mis necesidades, las tuyas, las del centro del país, las de los que viven en el sur; cómo sabría de qué manera afecta si en mi región hace calor, el clima es seco o húmedo, llueve mucho o no; ¿sabe un político los gustos y preferencias de todos los ciudadanos? ¿Cuántas variables entran en juego al momento de decidir comprar o no un producto?, infinitas.

El libre mercado le apuesta al cálculo descentralizado de los precios, lo que significa que cada persona (sea proveedor o consumidor) decide en cuánto vender y cuánto pagar por un producto o servicio. Es tan delicado y cambiante el mecanismo, que día a día hay fluctuaciones naturales que sirven de protección al sistema mismo.

¿Un sistema de precios por decreto nos garantiza precios bajos?, la respuesta es no. Forzar la baja de precios lo que provoca es inestabilidad, incertidumbre, escasez e incluso costos altos en otros sectores (burocracia cara e ineficiente). Las leyes del equilibrio económico siempre cobran la factura a futuro; no se puede mantener a un sector productivo ofreciendo siempre precios por debajo de lo que el mercado dicta, a menos que se subsidie al sector afectado; lo que significa que sería vivir una mentira, porque por un lado disfrutaríamos de precios bajos y por otro pagaríamos el subsidio o peor aún, se compraría deuda.

En México hay varios sectores en los cuales se controlan los precios desde el gobierno, están cerrados al libre comercio y a la vista de todos son caros. Por un lado hay políticos que están ofreciendo mantener el manejo de precios desde el gobierno; otros ofrecen bajar los precios por decreto; hay otros que prefieren abrirse al mercado.

Queda en nosotros decidir por qué tipo de político votar.