Es casi una regla en el sistema político de nuestro país que los fines de sexenio son complicados o incluso violentos. Lo más común es que los presidentes que terminan su mandato vean en estas complicaciones verdaderas conspiraciones en su contra. Así ocurrió en 1968 cuando Gustavo Díaz Ordaz atribuyó el movimiento estudiantil a un complot de la izquierda comunista en su contra. Luis Echeverría y José López Portillo responsabilizaron de las dramáticas devaluaciones del peso al término de sus gobiernos a conspiraciones de grandes empresarios y de banqueros. Carlos Salinas de Gortari, quien enfrentó la renuncia y contracampaña de Manuel Camacho, el levantamiento del EZLN y los asesinatos del candidato presidencial Luis Donaldo Colosio y del secretario general del PRI José Francisco Ruiz Massieu, habría tenido quizá más razón que ninguno para argumentar que efectivamente era víctima de un complot.

A pesar de que los tiempos de la presidencia imperial y por tanto del dedazo han quedado atrás, por lo que cabría esperar que en vez de conspiraciones lo que tendríamos es un simple juego democrático, el fin de sexenio se le está complicando y volviendo violento también al presidente Vicente Fox. En las últimas semanas hemos tenido el conflicto con los sindicatos, que alcanzó su punto más notable en el enfrentamiento del 20 de abril en la planta de Sicartsa, en Lázaro Cárdenas, Michoacán, que dejó dos muertos y más de 120 heridos, y el de San Salvador Atenco, que se saldó con un muerto y decenas de heridos.

Parte del problema es político y es electoral. El PRD y el PRI, así como muchos de los sindicatos que los apoyan, utilizaron la confrontación de Sicartsa como un pretexto para cuestionar no sólo al presidente Vicente Fox sino al candidato del PAN a la Presidencia de la República, Felipe Calderón, en quien ven un nuevo enemigo en potencia para sus privilegios. Y si bien en el caso de Atenco hubo también intentos de aprovechar la violencia y el mártir para propósitos políticos, la maniobra era mucho más difícil por el hecho de que hubo gobiernos del PRD, el PRI y el PAN involucrados en la acción policíaca.

Vicente Fox ha pecado de ingenuidad durante buena parte de su sexenio, pero hoy precisa darse cuenta de los peligros que lo acechan en el final del sexenio. No es necesariamente que haya una conspiración en su contra de grupos malévolos dispuestos a lo que sea para manchar la imagen histórica de su gobierno, aunque nunca se puede desechar esto en el mundo de la política mexicana. Simplemente el deseo de tantos y tan distintos grupos de poder por promover sus posiciones ideológicas y defender sus intereses, en un momento en que se está jugando la elección del próximo presidente de la república, tiende a provocar enfrentamientos. Y éstos se manifiestan con más facilidad al finalizar un sexenio, porque es cuando se percibe más débil al gobierno en funciones y cuando quienes aspiran a la presidencia están más dispuestos a prometer lo que sea si esto facilita su acceso al poder.