Conviene echar un vistazo sobre cómo la izquierda, antes sólida y aparentemente imperecedera, se va desvaneciendo en el aire, como lección que quizá sirva a otras expresiones políticas.
Recuerdo vívidamente un seminario que organicé, en Brasil, hace poco más de diez años sobre la situación política en América Latina. Entre ponentes y auditorio, tocando el tema electoral, todo era caras largas, pesimismo, un inconsolable ambiente de derrota permanente. En ese entonces, el avance de la izquierda parecía irresistible, sobre todo bajo el patronazgo del Socialismo del Siglo XXI.
Hoy, en contraste, ¿qué queda del proyecto político de la izquierda en América Latina? Sólo muertos bajo su represión, acusaciones y sumarios judiciales, sueños difícilmente reciclables y retazos marginales de poder. Así, hoy la izquierda solo gana mediante el fraude, la represión, el clientelismo y el uso faccioso del presupuesto público, como dejan ver las situaciones de Venezuela, Nicaragua o Bolivia.
Durante sus años en el poder, la izquierda exhibió una sórdida tolerancia frente a la intolerancia, la corrupción y la incapacidad de sus propios correligionarios en el poder. Y donde les dejaron votar libremente, los electores terminaron cobrándosela. Por eso conviene echar un vistazo sobre cómo la izquierda, antes sólida y aparentemente imperecedera, se va desvaneciendo en el aire, como lección que quizá sirva a otras expresiones políticas.
Tras su victoria en diciembre pasado en segunda ronda, Sebastián Piñera tomó posesión hace unos días, el 11 de marzo, desalojando a los socialistas de La Moneda. Su objetivo, ha dicho, será “derrotar el subdesarrollo y la pobreza” y para ello, empezará por realizar una reforma fiscal para bajar impuestos y contener el deficit público. Si el nuevo presidente logra así su cometido de convertir a Chile en un país de primer mundo, para lo que requiere no repetir la tibieza y los bandazos que se le reprochan en su primer mandato (2010-2014), bien puede cumplirse el augurio hecho por Carlos Alberto Montaner: Piñera y Chile podrían probar de una vez y para siempre, que el mercado, la democracia liberal y la educación son el camino al desarrollo, nunca el populismo empobrecedor.
En El Salvador, las elecciones municipales y legislativas del pasado 3 de marzo significaron una no prevista derrota para la izquierda que hoy ocupa el Ejecutivo (perdió el control del Congreso y queda con la más baja representación parlamentaria de toda su historia), lo que aleja su posibilidad de ganar la Presidencia por tercera vez consecutiva en los comicios presidenciales del próximo año. La incapacidad y descrédito del presidente Sánchez Cerén y de su gobierno, su gradual e impopular acercamiento con el chavismo, el creciente problema de inseguridad pública y también el desgaste tras nueve años en el poder, han terminado por escribir el epitafio de la izquierda salvadoreña.
La de Costa Rica es una cultura sui generis: alejada de los extremos que han destrozado tantos países de la región, ese alejamiento se refleja en su balotaje del próximo 1 de abril, entre un par de candidatos que despiertan poco entusiasmo, aunque sí algunas interrogantes: el conservador Fabricio Alvarado Muñoz, y el socialdemócrata Carlos Alvarado Quesada (del partido en el poder). Por ahora, el tradicional bipartidismo tico quedó destrozado por completo y realmente no se avisora un izquierdismo radical e irresponsable en el poder, aunque el activismo religioso de Fabricio Alvarado puede tratar de llevar al país al otro polo, en caso de ganar, lo que las encuestas por ahora permiten avizorar.
En Colombia ocho candidatos presidenciales se disputan la primera vuelta electoral del 27 de mayo venidero. Al respecto, cada vez se hace más y más factible la posibilidad de que los candidatos que pasen a la probable segunda vuelta electoral sean Iván Duque (centro derecha) por un lado, y Gustavo Petro (izquierda) por el otro, con ligera ventaja para el primero, por ahora, aunque nunca antes la izquierda colombiana había llegado a sus actuales niveles de preferencia electoral. En los días venideros los candidatos negociarán posiciones, incluidos los nombres de sus compañeros a la Vicepresidencia, y es probable que tras dichas negociaciones, no lleguen al 27 de mayo los actuales ocho candidatos, sino menos.
De cualquier manera, es de notar que hasta hace unas semanas Gustavo Petro parecía un muy creíble vencedor, habiendo rebasado al entonces favorito por más de seis puntos. Hoy la situación no le pinta tan fácil, habiendo sido, a su vez, rebasado ya por Duque, descendiendo semana tras semana en prácticamente todas las encuestas y estando bajo los reflectores de una inquisitiva prensa que por ahora no ha logrado enfrentar con solvencia. El fantasma de un chavismo colombiano en el poder no se ha conjurado, pero ya no es una posibilidad tan inescapable como hace un par de meses.
En México, hoy por hoy, el candidato de la izquierda más retrógrada y proto chavista, Andrés Manuel López Obrador, encabeza todas las encuestas, igual que durante las elecciones presidenciales de hace seis años, y las de hace doce, que terminó perdiendo. Pero los casi 100 días de campaña ni siquiera inician y bien podría pasarle lo mismo que a Petro, con una amplia ventaja que irá desmoronándose día tras día durante la campaña, como ya le sucedió en 2006 y 2012. No es un escenario improbable.
López Obrador ciertamente puede llegar a la Presidencia, sobre todo si el presidente Peña Nieto por miedo de terminar en la cárcel, sigue persiguiendo a Ricardo Anaya, el único candidato con ciertas posibilidades de enfrentar a López Obrador (¡Paradójico destino de la izquierda mexicana de terminar aliada con el PRI! Un destino, digamos, muy echeverrista). Pero sería un fenómeno sumamente raro y a contracorriente de lo que viene sucediendo en América Latina, desde la elección de Mauricio Macri en Argentina en 2015. De llegar a Los Pinos, López Obrador será un mandatario débil en lo interno (sin mayoría en el Congreso y en un país dividido y distanciado) y aislado en el ámbito externo, sólo cómodo con mandatarios como Raúl Castro o Nicolás Maduro, aunque sin el poder de ellos: Una larga parálisis en el Congreso y en una ríspida relación con los gobiernos estatales seguramente terminaría minando lenta pero inexorablemente su Presidencia, sin capacidad de llevar adelante ninguno de sus proyectos.
Seguramente, en el futuro, la izquierda regresará al poder en América Latina, en uno o varios países donde dejó el poder y/o en aquellos donde, con suerte, seguirá dejándolo pronto. Porque en la democracia no hay derrotas (ni victorias) de una vez y para siempre. Porque las sociedades no aprenden ni tienen memoria. Porque siempre se busca “lo nuevo”. Y porque muchos políticos de la “derecha” que hoy gobiernan no son mejores que aquellos a quienes sustituyeron: su corrupción y mala gestión saldrá a la luz, tarde o temprano. Ojalá que para entonces se hayan construido marcos institucionales sólidos y transparentes, que resistan a los nuevos caudillos indispensables y a las voraces pandillas, como tuvimos en América Latina en los poco más de diez años pasados.
EntrarTanta sociedad como sea posible, tanto gobierno como sea necesario.