Con el gobierno de López Obrador constatamos que no solo no hemos encontrado una salida a la crisis perpetua, sino que además hay una amenaza real de profundizarla.
En lugar de aportarle, el presidente López Obrador le está costando al país. Y mucho. Su actuación es una pérdida y no, como se supondría, un haber para el país y los mexicanos. En realidad, todos los políticos en cualquier país implican ese costo, en mayor o menor medida. Pero lo notable en el caso de López Obrador es su enorme disparidad y que sea con tan solo unas pocas semanas en el poder.
No es solo la serie de proyectos descabellados en que se han enfrascado López Obrador y su administración: La cancelación del nuevo aeropuerto; la construcción de una cuestionada refinería; un tren turístico inviable y destructivo; la mudanza de todas las dependencias del gobierno federal, el reparto indiscriminado de “dinero gratis” a las nuevas clientelas del gobierno, etc. Sino también el grave impacto de sus decisiones en los mercados, con las consecuencias financieras para el país en el mediano y largo plazos.
Hace apenas unos meses, parecía que los mercados habían dado el beneficio de la duda a López Obrador. Pero eso ya está puesto en cuestión. De muy distintas maneras, los mercados vienen mostrado su desconfianza y rechazo respecto a muchas de las decisiones populistas de su gobierno, sea mediante el anticipado anuncio de la posible eliminación del grado de inversión del país, en uno o dos años, sea mediante la progresiva retracción de la inversión extranjera, el pasmo en la inversión nacional y la caída en el consumo. Ese beneficio de la duda se está acabando.
En buena medida, el punto de inflexión fue cuando López Obrador rompió su palabra con los inversionistas y decidió cancelar el Aeropuerto de Texcoco, pese a todas las evidencias técnicas y financieras que lo desaconsejaban. En los gobiernos anteriores, sobre todo los del PRI, tal desconfianza de los mercados se daba al final del sexenio, materializándose en una crisis económica y convirtiendo al presidente en un lame duck, un pato cojo. Ahora es al inicio y ya se habla de la muy alta probabilidad de una crisis económica en los próximos meses. Muchos indicadores así lo van anticipando.
López Obrador recibió un país con sus principales variables bajo control, muchas de ellas insatisfactorias, cierto, pero bajo control. Hoy en cambio, con menos de tres meses en el poder, la mayoría de esas variables se han deteriorado y su futuro no es alentador. El caso de PEMEX es ilustrativo: En unos días se convirtió es una bomba de tiempo, con capacidad de ser un riesgo sistémico para toda la economía. Y el presidente López Obrador no ayuda mucho en su diario desempeño.
En sus conferencias diarias, el presidente se revela como un ignorante en términos de cómo funcionan la economía o el Estado de Derecho, y tremendamente mal informado sobre temas sensibles, agravados por la soberbia y el dogmatismo de no reconocer errores, y la impericia y mediocridad de su equipo de trabajo. Con López Obrador, México es ahora, de nuevo, una República Imperial (como con el viejo PRI), con un gobierno de un solo hombre, uno solo que ante sí y por sí da, quita, estigmatiza, insulta, acusa sin pruebas, juzga, promete, ordena a los otros poderes, miente descaradamente, inventa, sermonea, perdona y condena, y todavía le alcanza para ser cada mañana un comediante de stand up en los canales oficiales.
A lo largo de muchos años, quizá desde la Presidencia de Miguel de la Madrid, y mediante duras reformas estructurales y disciplina, el gobierno mexicano se fue convirtiendo en más y más acotado y predecible, y por tanto, más y más confiable para los mercados. Hoy existe en cambio una gran incertidumbre. Y con un miedo generalizado en muchos actores económicos y políticos, que temen que lo que hoy hace a unos, mañana lo terminará haciendo a todos.
Por eso, muchos medios, periodistas, empresarios, partidos, legisladores se han puesto al servicio del nuevo autoritarismo presidencial. Al menos hasta donde alcance el dinero y el poder para pagar sus servicios. Frente a tal defección social y opositora, ese autoritarismo solo era atemperado o frenado por la reacción de los mercados y su impacto en algunas variables importantes: costo del dólar, calificación de la deuda, arribo de inversiones extranjeras y poco más. ?Al haberse roto ya ese modus vivendi, el país entra a una dinámica de consecuencias imprevisibles: Aún cuando el gobierno le gane a los mercados, el país y los mexicanos saldremos perdiendo.
Por supuesto que López Obrador sigue siendo un mandatario sumamente popular. Así precisamente funcionan los populismos. Y la forma de populismo más usada por López Obrador es la de la demagogia. Pero con todo, su popularidad y demagogia no mueven el consumo constante y sonante de la gente: Entre la sociedad hay la certidumbre de que los malos tiempos se acercan.
Llevamos décadas fracasando como país, mientras que otros países lo han hecho mejor en ese tiempo y nos han rebasado. Al resto del mundo le ha ido mucho mejor en comparación. Nosotros fuimos los que hicimos mal las cosas. Ahora con el gobierno de López Obrador constatamos que no solo no hemos encontrado una salida a esta crisis perpetua, sino que además hay una amenaza real de profundizarla. Por ello, incluso habiéndose reducido el sueldo, López Obrador le está saliendo sumamente caro, absurdamente costoso al país.
EntrarTanta sociedad como sea posible, tanto gobierno como sea necesario.