Aceptemos, de entrada, lo dicho por Balmes - la verdadera libertad consiste en ser esclavo de la ley -, pero agreguemos, en seguida, que esa ley debe ser justa, siendo tal aquella que reconoce plenamente, define puntualmente y garantiza jurídicamente los derechos de la persona a la vida, la libertad y la propiedad, justicia de la ley que es la que justifica, a primera vista, se carácter esclavizante. Y escribo a primera vista, porque la ley justa obliga moralmente, y la antítesis de la esclavitud es la obligación moral, es decir, la obligación asumida voluntariamente, por razones que pueden ir desde la utilidad (lo que más conviene hacer) hasta la justicia (lo que es correcto realizar).

Si la ley es justa, entonces obliga moralmente al ser humano, y lo hace, de entrada, por congruencia. Tomemos como ejemplo el precepto No robarás, ley cuyo fundamento y justificación encontramos en el derecho de propiedad (llegados a este punto hay que tener clara la diferencia entre derecho y ley; ius y lex; right y law), mismo que reconoce hasta el más contumaz de los ladrones, por una razón muy sencilla: él no está dispuesto a respetar el derecho de propiedad de los demás, pero exige, con una total y absoluta falta de congruencia, ¡y por motivos de utilidad, no de justicia!, que los demás respeten su derecho de propiedad.

El ladrón pretende ser la excepción que confirma la regla No robarás, ya que a él lo que le conviene es ser el único ladrón, única manera de asegurarse que nadie más violará su derecho de propiedad, por más que él viole el de otros. ¿Qué justifica su pretensión a la excepción, y que justificaría que se la atorgara? Absolutamente nada.

El ladrón, de entrada, es un cínico, en el sentido literal del término, que es sinónimo de desvergonzado, siendo tal aquel que defiende prácticas vituperables, como son las que encuentran su “justificación” en el popular dicho Hágase la justicia en los bueyes de mi compadre, dicho que es el colmo de la incongruencia, no superada por los ladrones, quienes, pudiendo reconocer, desde el punto de vista teórico, la obligación moral que imponen las leyes justas, no están dispuestos a cumplirla en la práctica, ¡ah, pero eso sí: exigiendo, para con ellos, su cumplimiento de parte de los demás! El ladrón pretende ser la excepción a la regla.

Si aceptamos que no debemos reclamar para nosotros lo que no estamos dispuestos a concederles a los demás, entonces responderemos, voluntariamente, a la obligación moral que surge de las leyes justas, obligación moral que es lo contrario de la esclavitud. En ambos casos hay sujeción, pero en el primero, el de la obligación moral, es la persona la que se sujeta a sí misma, siendo esa sujeción una de las muestras más claras de la libertad, entendida y practicada como autodeterminación, mientras que en el segundo caso, el de la esclavitud, la sujeción es impuesta desde afuera, siendo la persona el objeto de la sujeción de otra. Una es la sujeción voluntaria y otra la sujeción forzada.

Las leyes justas, que son aquellas que garantizan derechos, no las que defienden intereses o satisfacen necesidades, ¡intereses y necesidades que muchas veces se confunden con derechos!, no esclavizan, obligan moralmente, sin olvidar que el cumplimiento de leyes injustas, a las cuales se opone el ser humano, no puede lograrse más que por el uso de la fuerza, es decir, por medio de la esclavitud, leyes injustas que, más que la excepción, son la regla. ¿Por qué? Por la confusión entre derechos, por un lado, e intereses y necesidades, por el otro.

Las leyes justas, que garantizan derechos, crean orden. Las injustas, que promueven intereses o satisfacen necesidades, crean caos, siendo dicho desorden, producto de una ley, una contradicción insostenible (¿?) a la larga.

Por ello, pongamos el punto sobre la i.