Si en la gran mayoría de los casos el gobierno (conviene usar el término gobierno en vez de Estado, ya que, al final de cuentas, la encarnación del Estado es siempre el gobierno en turno), no es capaz de garantizar, con total eficacia y honestidad, la seguridad contra la delincuencia, y tampoco es capaz de impartir, eficaz y honestamente, justicia, que esas, dicho sea de paso, son sus tareas esenciales, aquellas a las que no puede renunciar sin dejar de ser gobierno; repito, si el gobierno no es capaz de realizar correctamente sus tareas esenciales, ¿qué nos hace pensar que sí es capaz de llevar a cabo otras tareas, como pueden ser desde la extracción del petróleo hasta la educación de la gente, desde el patronazgo a favor de la cultura y las artes hasta la formación de campeones olímpicos?

Es más, en muchos casos, el gobierno es incapaz de realizar, debidamente, aquella tarea de la cual depende, al final de cuentas, o por principio de ellas, su sobrevivencia. Me refiero, obviamente, al cobro de impuestos, frente de la acción gubernamental en el cual el desorden es manifiesto, tanto por la manera de cobrar impuestos, como por las cantidades cobradas o, mejor dicho, no cobradas.

En términos generales, y lo digo así porque seguro existe alguna excepción, ¡que confirma la regla!, todo lo que toca el gobierno lo convierte en desorden, desorden que comienza en la mente de los gobernados, quienes terminan creyendo que el gobierno, además de gobierno, debe ser, ¡y puede ser!, desde ángel de la guarda, y como tal preservarnos de todos los males, hasta hada madrina, y como tal concedernos todos los bienes, lo cual me lleva de nueva cuenta a la misma pregunta: ¿qué nos hace creer que si el gobierno es incapaz de cobrar correctamente los impuestos, de la misma manera que lo es para, una vez cobrados, garantizar la seguridad contra la delincuencia y, de fallar en tal cometido, impartir justicia, y hacerlo en sus dos vertientes: resarcir a la víctima y castigar al victimario, que nos hace creer, repito, que siendo incapaz de realizar sus tareas esenciales, será capaz de llevar a cabo la tareas propias de los ángeles de la guarda y las hadas madrinas? Y, sin embargo, la mayoría de los gobernados lo creen, y por ello lo exigen, muestra del desorden que los gobernantes han logrado crear en sus mentes.

El resultado de ese desorden es el gubernamentólatra, es decir, aquel que cree, y que lo hace en el sentido de quien tiene fe, es decir, poniendo entre paréntesis la razón,  que el gobierno, además de gobierno, debe ser desde ángel de la guarda hasta hada madrina; que el gobierno, además de garantizar la seguridad contra la delincuencia e impartir justicia, debe preservarnos de todos los males, ¡comenzando por aquellos que podamos hacernos a nosotros mismos!, y concedernos todos los bienes, ¡inclusive aquellos que no deseamos!, creencia que es la consecuencia inevitable del desorden que los gobernantes han creado en la mente de los gobernados, y no solamente en los regímenes monocráticos y dictatoriales, sino también en los democráticos y pluralistas, ¡y sobre todo en los democráticos y pluralistas!

¿Cuántos gobernados están conscientes del desorden mental que les han creado los gobernantes? Suponiendo que estén conscientes, ¿cuántos están dispuestos a denunciar y combatir a los gobiernos ángel de la guarda y hada madrina? ¿Cuántos están dispuestos a dejar de ser clientela presupuestaria, y dejar de beneficiarse de  alguna partida del presupuesto gubernamental? Porque al final de cuentas ese “desorden mental” se mantiene a punta de partidas presupuestales, que el gobernante saca de los bolsillos de unos para meterlas en los bolsillos de otros, cobrando siempre por tan noble intermediación entre unos y otros, parte que bien puede ser la tajada del león.

Por ello, pongamos el punto sobre la i.