El punto de partida del Análisis Económico del Derecho, lo que en inglés se conoce como Law and Economics, es el reconocimiento, por demás realista, de que una es la intención del legislador a la hora de redactar leyes, y otra muy distinta las consecuencias de esa ley una vez promulgada, consecuencias que pueden resultar contrarias al objetivo buscado por el legislador, y ello por una razón muy sencilla: no basta con promulgar una ley para que los seres humanos la obedezcan, algo que saben todos los legisladores, de Dios para abajo. ¿Acaso bastó con la promulgación de los Diez Mandamientos, ¡redactados por Dios y entregados en propia mano a Moisés!, para que los seres humanos los respetemos, lo cual en este caso supone vivir, ¡nada más ni nada menos!, como Dios manda? Es más, ¿cuántos de mis lectores saben cuáles son esas diez reglas de conducta que llamamos Los Diez Mandamientos de la Ley de Dios?

Un buen ejemplo de lo anterior - una es la intención del legislador a la hora de redactar leyes y otra la consecuencia de la ley promulgada -, lo tenemos en las leyes que prohíben la compra – venta de drogas, prohibición que no es un fin en sí mismo, sino el medio que, quienes impusieron esa prohibición, consideran eficaz para evitar el consumo de drogas. La intención es la siguiente: 1) prohibir la compra – venta de drogas (medio); 2) evitar el consumo de drogas (fin). La consecuencia es otra: 1) se prohíbe la compra – venta de drogas; 2) comerciar con drogas se vuelve una actividad ilegal; 3) al volverse una actividad ilegal se vuelve más arriesgada; 4) al volverse más arriesgada quienes se dedican a ella demandan un pago mayor por sus servicios; 5) al demandar un pago mayor por sus servicios el precio de la droga aumenta; 6) al aumentar el precio de la droga, suponiendo constante el costo su producción, se incrementa la ganancia de los oferentes de drogas, ganancia que en muchos casos llega ser multimillonaria en dólares; 7) al incrementarse la ganancia por la venta de drogas, dicha actividad, para quienes estén dispuestos a correr el riesgo, disposición que se incentiva por el mayor precio que se cobra, se vuelve más atractiva; 8) al volverse la oferta de drogas más atractiva se genera el incentivo para promover su demanda: mayor demanda = mayor oferta = mayores ganancias; 9) la promoción de la demanda se traduce en un mayor número de personas enganchadas en las droga; 10) un mayor número de drogadictos es el resultado contrario al que se buscaba con la prohibición de la compra – venta de drogas, lo cual confirma lo dicho: una es la intención del legislador a la hora de redactar leyes (eliminar la drogadicción), y otra muy distinta las consecuencias de esa ley una vez promulgada (mayor número de drogadictos), que bien puede no solamente no resolver el problema que se pretendía resolver (la drogadicción), sino crear otros peores (la violencia y corrupción que trae consigo el narcotráfico). Conclusión: prohibir la compra – venta de drogas incentiva el consumo de drogas.

Más allá de la serie causa – efecto anterior, a la que hace referencia la atinada frase de Rivera, hay que tener presente que el consumo de drogas, siendo una acción dañina, que puede llegar a ser mortal, no es una acción delictiva por su propia naturaleza, siendo tales las que atentan contra los derechos de los demás, únicas que el poder político tiene derecho a prohibir, con el fin de cumplir su tarea esencial: garantizar la seguridad contra la delincuencia. Lo anterior quiere decir que, por más buenas que sean las intenciones, ¡y de buenas intenciones está empedrado el camino al infierno!, prohibir el consumo de drogas, y por lo tanto la compra – venta de las mismas, es una arbitrariedad que el poder político lleva a cabo, no porque tenga el derecho de hacerlo, sino porque tiene el poder para ello. Y cuando el ejercicio del poder, ¡sobre todo del poder político!, no es el resultado del derecho para hacer lo que se hace, se cae en la violación de derechos, algo que los gobiernos que insisten en su lucha contra el narco no han acabado (¿habrán comenzado?) de entender.

Por ello, pongamos el punto sobre la i.