El problema no son los gobernantes, que van y vienen, ni los partidos políticos que, en las democracias, se turnan el poder, ni los distintos programas de gobierno, que dependen, o de algún gobernante, o de algún partido. No, el problema no son, ni los gobernantes, ni los partidos políticos, ni los programas gubernamentales. El problema es el gobierno, independientemente de que sea de izquierda, centro o derecha. Inclusive un gobierno liberal, si es que realmente puede haber un gobierno liberal, resultaría un problema, menor que en los otros tres casos – los gobiernos de derecha, centro e izquierda -, pero problema al final de cuentas.

¿De qué problema estoy hablando? Del que representa, para el gobernado, la amenaza de un poder, el gubernamental, cuya esencia consiste en limitar la libertad individual y la propiedad privada, algo que comienza en el momento en el cual el gobierno ejerce aquel poder sin el cual no sobrevive: el poder cobrar impuestos, es decir, el poder obligar al contribuyente a entregarle parte del producto de su trabajo, lo cual, bien vistas las cosas, por más legal que resulte, no deja de ser un robo y, por lo tanto, una injusticia. Se trata del pecado original del gobierno, robo con todas las de la ley en el que incurriría, también, el gobierno liberal, cuya postura sería la siguiente: “Para que nadie atente contra tu propiedad, y contra lo que la misma hace posible en términos de libertad, yo, gobierno, debo atentar en contra de ellas, obligándote a ti, gobernado, a entregarme parte del producto de tu trabajo, limitando tu propiedad y, dado que la misma es la condición de su posibilidad, también tu libertad”.

El primer problema con el gobierno es que, para intentar (seamos realistas y dejémoslo en eso: intentar) garantizar la libertad individual y la propiedad privada, debe atentar contra ambas, obligando al gobernado a entregarle parte del producto de su trabajo, limitando su propiedad y su libertad o, visto desde otro punto de vista, limitando su libertad para usar de su propiedad. El problema no es que intente garantizar la libertad y la propiedad, sino que, para intentarlo, debe violar la propiedad privada (obligando al gobernado a entregarle parte del producto de su trabajo), y la libertad individual (dado que la propiedad es la condición de posibilidad de la libertad).

Aún el gobierno liberal, cuyas dos únicas tareas serían intentar garantizar la seguridad contra la delincuencia y, de fallar, intentar impartir justicia, tendría que violar aquello que pretende proteger: la libertad individual y la propiedad privada. Si aún ese gobierno, el liberal, tendría que violar lo que pretende proteger, ¿cuánto mayor no resulta la violación de parte de los gobiernos que, uno, pretenden preservarnos de todos los males, ¡gobiernos ángeles de la guarda!, y, dos, los que pretenden concedernos todos los bienes, ¡gobiernos hadas madrinas!, tal y como sucede, en mayor o menor medida, pero sin excepción alguna, con todos los gobiernos, de centro, izquierda o derecha, todos los cuales intentan actuar como ángeles de la guarda y hadas madrinas, para lo cual limitan la libertad y la propiedad mucho más allá del límite que se impondría el gobierno liberal, que nos preservaría de solamente un mal, la delincuencia, y que nos concedería un único bien, la justicia, en el entendido de que la lucha a favor de todos los otros bienes, así como la contienda en contra de todos los otros males, es responsabilidad de cada quien, gobierno liberal que no se salva del pecado original de todo gobierno: obligar al gobernado a entregarle parte del producto de su trabajo, lo cual encuadra perfectamente bien con la definición de robo.

Dicho todo lo anterior recuerdo esta pregunta de David Gordon. ¿Por qué damos por hecho que necesitamos un gobierno?

Por ello, pongamos el punto sobre la i.