Gobernar, ¿es prohibir? Sí, si lo que se prohíbe es dañar al prójimo, violando alguno de los tres derechos naturales de la persona a la vida, la libertad y la propiedad; no, si lo que se prohíbe es cualquier otra acción. Gobernar prohibiendo algo más que matar (violar el derecho a la vida), esclavizar (violar el derecho a la libertad) y robar (violar el derecho a la propiedad) es gobernar de manera dictatorial, independientemente de qué tan buenas sean las intenciones del gobernante al prohibir, por ejemplo, las acciones que dañan a quien las realiza, tal y como es el caso, tristemente paradigmático, del consumo de drogas.

¿Quién es el gobierno para prohibir que alguien se haga daño a sí mismo? ¿Con qué derecho lo prohíbe? Con ninguno. Entonces, ¿por qué lo prohíbe? No porque tenga el derecho, sino porque tiene el poder, algo muy distinto. ¿Pero qué tipo de poder es aquel que se ejerce, sobre todo en el caso del gobierno, sin estar fundamentado en un derecho? Un poder dictatorial, es decir: despótico; es decir: tiránico; es decir: autoritario; es decir: totalitario; es decir: absoluto; es decir: arbitrario; es decir: opresivo; es decir: intolerante; es decir: dominante: es decir: abusivo; es decir: autocrático; es decir, en una palabra que las sintetiza a todas: antiliberal y, por ello, contrario a la libertad, uno de los más preciados dones que a los hombres dieron los cielos, según le dijera Don Quijote a Sancho Panza, sin olvidar que por la libertad, así como por la honra, se puede y debe aventurar la vida.

El problema es que hoy, y ya desde hace algún tiempo, gobernar se ha vuelto sinónimo de prohibir mucho más que hacerle daño al prójimo; de prohibir mucho más que matar, esclavizar y robar; de prohibir algo más que la violación de los derechos naturales de la persona, prohibiciones impuestas por el gobierno que violan dichos derechos, prohibiciones consecuencia del poder del gobierno, poder ejercido sin algún derecho que lo justifique, poder cuyo ejercicio resulta dictatorial y por ello desde despótico hasta autocrático, y por todo ello contrario a la libertad.

Pero el gobierno no solamente se dedica a prohibir mucho más de lo que, en un verdadero Estado de Derecho (definido como el gobierno de las leyes justas, siendo tales las que reconocen plenamente, definen puntualmente y garantizan jurídicamente los derechos naturales de la persona), debe prohibir, sino que además obliga a mucho más de lo que, en ese verdadero Estado de Derecho (que hoy no pasa de ser estado de chueco), debe obligar, de tal manera que en ambos casos, el de la prohibición (¡No harás…!) y el de la obligación (¡Sí harás…!), el gobierno peca por exceso, pecado al que no justifican, ¡de ninguna manera!, las buenas intenciones del gobernante, quien, no por tener el derecho de hacerlo, sino solamente por contar con el poder para ello, le prohíbe al gobernado toda acción que lo dañe y le obliga a toda conducta que lo beneficie, como si su tarea, la del gobierno, fuera la de prohibir todos los males y, como complemento, la de obligar a todos los bienes, algo que mucho gobernados creen a pie juntillas.

Por ello, pongamos el punto sobre la i.