¿Cuál mediocridad? La del bajo crecimiento en la producción de bienes y servicios;  la de la limitada creación de empleos productivos; la de la escasa generación de ingresos; la de las pocas posibilidades reales, para millones de personas, de elevar su nivel de bienestar. Con otras palabras: la mediocridad en materia de progreso económico.

¿Qué diseño institucional? El de las reglas del juego en materia de actividad económica, es decir, 1) en materia de libertad individual para trabajar y emprender, invertir y producir, distribuir y ofrecer, comprar y vender, ahorrar y endeudarse, y 2) en materia de propiedad privada sobre los ingresos, el patrimonio y los medios de producción, reglas del juego que, cuando lo que hacen es promover la mediocridad en materia de producción, de empleos y de ingresos, no reconocen plenamente, no definen puntualmente, y no garantizan jurídicamente, ni aquella libertad, ni esta propiedad, limitando o eliminando la competencia y, por ello, lo único, ¡la competencia!, que realmente obliga a la competitividad, que se traduce en menores precios, mayor calidad y mejor servicio y, por lo tanto, en mayores niveles de bienestar para un mayor número de gente.

Sanguijuela rentista, ¿de quién se trata? De cualquier oferente, de cualquier bien o servicio, que haya conseguido del gobierno algún privilegio que lo mantenga al margen de la competencia, permitiéndole cobrar un precio mayor del que cobraría si tuviera que enfrentar toda la competencia que sería posible en ausencia de dicho privilegio, siendo esa la definición tullockiana (por Gordon Tullock) de renta: la diferencia entre el precio que se cobra, cuando algún privilegio gubernamental protege al oferente de la competencia, y el que se cobraría si ese oferente no contara con ese privilegio y tuviera que enfrentar la mayor competencia posible en su mercado.

La abeja que produce, ¿a quién se refiere Silva-Herzog Márquez? Por contraposición a la sanguijuela rentista a cualquier oferente, de cualquier bien o servicio, que opere en el mercado sin ningún privilegio gubernamental o, dicho de otra manera, que ofrezca mercancías enfrentando toda la competencia que, de manera natural, sin intervención del gobierno, se de en ese mercado.

Es cierto, la sanguijuela rentista, desde el momento en el que ofrece algún bien o servicio, produce, y en ello es igual a la abeja productora, pero dicha abeja enfrenta toda la competencia que, de manera natural, se genera en su mercado, al tiempo que la sanguijuela rentista, de manera antinatural, consecuencia de algún privilegio otorgado por el gobierno, y no pocas veces avalado por la ley, no enfrenta dicha competencia, lo cual le permite, con perjuicio para los consumidores, cobrar un precio mayor, chupando, del bolsillo de dichos consumidores, más ingreso del que obtendría en la ausencia de tal privilegio.

Al final de cuentas, ¿quiénes tienen la culpa por la existencia de las sanguijuelas rentistas? Los responsables del diseño institucional, los responsables de redactar y promulgar las reglas del juego, es decir, los legisladores, sobre todo los ignorantes en materia de economía que, para la mala fortuna de muchos, y siempre de todos los consumidores, ¡son legión!, esas mismas que solamente Cristo era capaz de arrojar al precipicio, tal y como lo contaron Mateo (8, 28-34), Marcos (5, 1-20) y Lucas (8, 26-39), tomando la palabra legión no en el sentido de muchos, sino en la acepción de demonios, siendo tales quienes hacen el mal, tal y como lo hacen los legisladores que redactan y promulgan malas leyes en materia de economía, haciendo posible, entre otras cosas, la existencia de las sanguijuelas rentistas.

Por ello, pongamos el punto sobre la i.