¿Cómo define el diccionario a la mercancía? Como cualquier “cosa mueble que se hace objeto de trato o venta”, de tal manera que el diccionario la define en función del segundo elemento señalado por Menger –objeto destinado al intercambio–, faltando el primero –bien económico, es decir: escaso–, si bien es cierto que solamente puede ser objeto de trato o venta, es decir: de intercambio, aquello que es escaso, aquello que no alcanza para todos, y menos en las cantidades que cada uno quisiera, de tal manera que el concepto de intercambio supone el intercambio de aquello que es escaso, y que lo es, no en términos absolutos, sino relativos: los bienes económicos son escasos en relación con su demanda. Si la demanda por esos bienes escasos desapareciera, entonces dejarían de ser escasos, es decir: relativamente escasos, es decir: bienes económicos.

No hay nada en las cosas que hagan de ellas, por su propia naturaleza, mercancías, de tal manera que el hecho de que se vuelvan tales se debe a la decisión de aquel que las ofrece a la venta, lo cual solamente es posible si aquello que espera recibir a cambio le resulta más valioso que la mercancía que está ofreciendo, todo lo cual depende de la situación concreta por la que está atravesando el oferente, situación que define sus necesidades y la urgencia para satisfacerlas. Pongo un ejemplo: un riñón, órgano humano que, por su propia naturaleza, no es una mercancía, pero que, bajo ciertas circunstancias, puede convertirse en una. ¿Cuál debe ser esa circunstancia? Aquella en la cual un ser humano valora más lo que recibirá a cambio del riñón que está dispuesto a vender. ¿Algún problema económico? No. ¿Ético? Tampoco.

Desde el punto de vista económico, y dados los principios del intercambio –se valora más lo que se recibe que lo que se da- la venta de un riñón es algo que no encuentra ninguna objeción. De la venta del riñón su vendedor pretende obtener una ventaja, es decir, pretende estar mejor después de la misa que antes de realizarla, ya que valora más lo que recibe que lo que da, aunque lo que ceda sea su riñón, una parte de su cuerpo, ¡lo cual muestra cuánto valora lo que recibe a cambio!

Desde el punto de vista ético, la venta de un riñón, a cambio de algo que se valora más que el riñón, tampoco plantea ningún problema: no perjudica a nadie y sí beneficia a las partes involucradas en el intercambio. Yéndonos al extremo tenemos el caso de quien está dispuesto a dar su vida a cambio de algo que valora más, independientemente de qué sea aquello que valora más: la vida de otra persona, la independencia de la patria, la guarda de un secreto, la fidelidad a una creencia religiosa, etc. Y escribo independientemente, porque el valor (y me refiero al valor de las mercancías, cualesquiera que éstas sean) siempre es subjetivo, y como tal no puede ser objeto de un juicio de valor (en el sentido ético del término), por lo cual tampoco debe ser objeto de una prohibición legal.

¿Tengo o no tengo el derecho de vender mi riñón? Ya que es mi riñón, y dado que la esencia de la propiedad es la libertad para enajenar (regalar, heredar, vender, donar, etc.) aquello que es de uno, y siempre y cuando al venderlo no perjudique a un tercero, sí tengo el derecho de venderlo, independientemente de para qué quiera yo el dinero que recibiré a cambio, mismo que puedo utilizar para pagar el tratamiento médico de un ser querido, ¡y así salvarle la vida!, o para irme con mis amigos, ¡en plan de millonario despilfarrador!, toda una semana a Las Vegas, ¡y así derrocharlo! ¿Debe la ley permitir lo primero y prohibir lo segundo? No, claro que no, mucho menos si se ha entendido lo que es la propiedad privada, lo que es el intercambio y lo que es la mercancía.

Si muchos aplauden la donación de órganos, ¿por qué no aplauden también su venta? ¿Por qué solamente se ha de beneficiar el que recibe pero no el que da? ¿Por qué el único beneficio del que da debe ser la satisfacción moral, sin ninguna retribución pecuniaria?

Por ello, pongamos el punto sobre la i.