Si por interés público entendemos el interés, no de la mayoría, sino el de todos los integrantes de una comunidad, lo dicho por Frazer es verdad, ya que cada uno de los miembros de dicha comunidad tiene interés en que los demás respeten sus derechos, y precisamente con ese respeto tienen que ver las reglas de la justicia, entendida como la voluntad de darle a cada quien lo suyo, siendo lo suyo de cada quien el derecho de cada cual.

La justicia es el respeto a los derechos, y ese respeto es interés de cada uno: yo podré no estar interesado en respetar los derechos de los demás, pero sin duda alguna estaré interesado en que los demás respeten mis derechos, que es, precisamente, el interés de todo delincuente, y pongo tres ejemplos, cada uno de ellos relacionado con los tres derechos naturales de la persona a la vida, a la libertad y a la propiedad.

Primer ejemplo. El asesino tiene interés en asesinar, pero mayor interés tiene en que no lo asesinen. Lo ideal, para él, es que él sea el único asesino de la comunidad. De ser así, nadie lo asesinará. Segundo. El secuestrador tiene interés en secuestrar, pero mayor interés tiene en no ser secuestrado. Lo ideal, para él, es que él sea el único secuestrador de la comunidad. De ser así, nadie lo secuestrará. Último ejemplo. El ladrón tiene interés en robar, pero mayor interés tiene en que no le roben. Lo ideal, para él, es que él sea el único ladrón de la comunidad. De ser así, nadie le robará. En pocas palabas: lo ideal para todo delincuente es que él sea el único delincuente en la comunidad, ya que ello le garantiza no ser víctima de la delincuencia, lo cual quiere decir que, efectivamente, tal y como lo afirma Frazer, todos tenemos el interés de que se respeten las reglas de la justicia, es decir, de que se respeten nuestros derechos, aunque haya algunos, los delincuentes, que no estén dispuestos a respetar los derechos de los demás, momento de recordarles uno de los tres enunciados del imperativo moral kantiano: “Obra de forma tal que puedas desear que la máxima de tu acción se convierta en una ley universal”, algo que el delincuente, por interés, no puede hacer, porque ello supondría aceptar que todos violaran los derechos de todos, es decir, que nadie respetara las reglas de la justicia, por lo cual él, delincuente, se volvería víctima de otro delincuente, y ya quedamos que lo que a todo delincuente le conviene es que él sea el único delincuente de la comunidad, lo cual va en contra del imperativo de Kant.

Al hablar de reglas de la justicia hay que tener claro qué es la justicia, sustantivo del cual se ha abusado adjetivándolo de muchas maneras, comenzando por los más socorridos, que van desde distributiva hasta social, olvidándose que si hay algún sustantivo que pierde sustancia cuando se le adjetiva ese es, precisamente, justicia, sobre todo si el adjetivo es distributiva o social, justicia que, así adjetivada, y llevada a la práctica, genera injusticias sin más, porque esa (in)justicia, la distributiva o social, supone la redistribución, es decir, al gobierno quitándole a A lo que es de A, para darle a B lo que no es de B, lo cual no pasa de ser un robo, legal, pero robo al final de cuentas, sin olvidar que el adjetivo legal no le quita lo injusto al sustantivo robo. ¡No confundamos justicia con legalidad! ¡No creamos que toda ley es, por serlo, justa! La ley no fundamenta a la justicia, sino al contrario: es la justicia la que fundamenta a las leyes, y solamente partiendo de esa fundamentación las leyes pueden ser justas, no habiendo mayor contradicción, y amenaza para la vida humana, la libertad individual y la propiedad privada, que leyes injustas, que lo son, precisamente, por no reconocer plenamente y no definir puntualmente los derechos naturales de la persona a la vida, la libertad y la propiedad, leyes que hoy son la mayoría, mayoría de leyes que son las que se defienden con toda la fuerza del gobierno.

Por ello, pongamos el punto sobre la i.