¿Qué supone defender la libertad?

En primer lugar reconocer un hecho: la capacidad del ser humano para decidir y elegir y, más importante, para decidirse y elegirse. La libertad, antes que en cualquier otra cosa, consiste en esa facultad, por la que la persona se encuentra en sus propias manos: decide y elige; se decide y se elige, por lo que somos lo que hemos sido y seremos lo que decidamos y elijamos ser. Esa capacidad del ser humano para decidir y elegir, para decidirse y elegirse, forma parte de su esencia, siendo esencia aquello a lo cual no se puede renunciar sin dejar de ser lo que se es, esencia a la cual no se puede renunciar, por más que se quiera, por más que se intente. Somos libres y no hay manera de, esencialmente, dejar de serlo.

En segundo término defender la libertad supone respetar un derecho, que tiene como contrapartida la obligación, de los demás, de no limitar o prohibir las decisiones y elecciones de las personas, con una sola excepción: que las decisiones y elecciones, convertidas en acciones, no violen derechos de terceros. El derecho a la libertad de A tiene como contrapartida la obligación de B, C, D…, X, Y y Z de no prohibir o limitar sus decisiones, sus elecciones, sus acciones, con la única condición de que las mismas respeten la justicia, los derechos de terceros.

Defender la libertad supone reconocer un hecho: la capacidad del ser humano para decidir y elegir, y respetar un derecho: hacer lo que se ha decidido y elegido, siempre y cuando al hacerlo no se violen derechos de terceros.

¿Dónde entra, en las reflexiones anteriores, lo dicho por Blanco en el sentido de que la defensa de la libertad debe partir de la humildad? ¿Humildad de quién y frente a qué? Humildad de quien caiga en la tentación de querer planear, conducir, coordinar y orientar la vida de los demás, creyendo que él sabe, mejor que aquellos, lo que a aquellos más les conviene. Humildad frente a las decisiones y elecciones de los demás, sobre todo si por humildad entendemos el reconocimiento de nuestras limitaciones, sobre todo con relación a los fines que los demás desean, y a los medios que escogen para alcanzarlos, fijación de fines, y elección de medios, que, dada la capacidad del ser humano para decidir y elegir, deben ser dejados a la decisión y elección de cada quien, consistiendo en ello la responsabilidad de cada cual.

Pretender planear, conducir, coordinar y orientar la vida de los demás es resultado de la soberbia, de la intención de imponerle a los demás lo que nosotros creemos que es mejor para ellos, soberbia que es el resultado del convencimiento, falso la mayoría de las veces, de que mi plan es el mejor de todos, el que realmente conduce a la felicidad, razón por la cual hay que imponerlo a como dé lugar, no tanto porque sea el mío, sino porque es el mejor, lo cual parte del supuesto de que la libertad de los demás para decidir y elegir su forma de vida no es válida, siendo válida, únicamente, mi libertad, es decir, mi capacidad para decidir y elegir por los demás, imponiéndoles a todos un proyecto de nación, al cual todos deben sumarse.

Sin embargo, lo que va con el respeto a la libertad no es un proyecto de nación, sino una nación en la cual cada quien, respetando los derechos de los demás, y sin ningún privilegio gubernamental, pueda sacar adelante sus proyectos, multiplicidad de proyectos que, producto de la libertad, enriquece a la sociedad, algo que no se acaba de entender, y mucho menos de practicar. ¿Cuántos gobernantes no hablan de la necesidad de un proyecto de nación como condición necesaria para lograr desde crecimiento económico hasta desarrollo social?

Por ello, pongamos el punto sobre la i.