Lo primero que hay que tener presente, a la hora de tocar el tema de la pobreza, es que la misma no tiene causas. La pobreza es la condición originaria, no natural, del ser humano en este planeta. Es la condición originaria porque al inicio solo había 1) necesidades que satisfacer (sobre todo básicas); 2) pocos y deficientes satisfactores (recursos naturales, la mayoría de las veces en su estado natural); 3) y el trabajo (capacidad productora: hacer) y el ingenio (capacidad productiva: hacer más con menos) del ser humano para sobrevivir, ingenio y trabajo, producción y productividad, que fueron las variables que le permitieron al ser humano llegar a una situación en la cual cada vez más personas son capaces de satisfacer, no solo necesidades básicas, sino gustos, deseos y hasta caprichos, pasando de la sobrevivencia al bienestar, todo gracias, no a “un tener”, sino a “un hacer”, hacer que es la causa cuyo efecto es ese tener.

La pobreza es la condición original del ser humano en este planeta, condición original que no hay que confundir con condición natural. Si la pobreza hubiera sido la condición natural del ser humano en este planeta, y dado que la naturaleza lo que hace es imponer límites insalvables, el ser humano nunca habría sido capaz de superar esa situación de pobreza, misma que, pese a los millones de seres humanos que todavía sobreviven en la pobreza, ha sido superada con creces, y todo indica que, pese a los presagios de los pesimistas de oficio, seguirá superándose.

Dicho lo anterior hay que distinguir entre pobreza, como la condición original del ser humano en este planeta, y el empobrecimiento, que supone pasar de una situación de riqueza a otra de pobreza, paso que puede deberse a muchas causas, desde una crisis económica provocada por malas políticas económicas gubernamentales (sin olvidar que toda política económica, desde el momento en el cual su objetivo es modificar los resultados a los cuales llegaron los agentes económicos interactuando en el mercado, es mala), hasta la pereza y la negligencia en el trabajo (esfuerzo y responsabilidad sin los cuales no hay trabajo que valga).

Buena parte de la historia de la humanidad es la historia de los esfuerzos del ser humano por, en primer lugar, sobrevivir (contar con los satisfactores básicos) y, logrado esto, elevar su nivel de bienestar (disponer de más y mejores bienes y servicios, comenzando por satisfactores básicos) para, conseguido lo anterior, satisfacer otro tipo de necesidades, distintas de las básicas (intelectuales, culturales, morales, espirituales, etc.), que son las que nos distinguen del resto de los seres vivos, haciéndonos más humanos (sí: la humanidad tiene grados).

Es pobre, bien vistas las cosas, no quien no tiene los satisfactores necesarios para, por lo menos, satisfacer correctamente sus necesidades básicas, que son aquellas que, de quedar insatisfechas atentan en contra de la salud y la vida de la persona, sino quien, en una economía basada en la división del trabajo, no es capaz de generar el ingreso suficiente que le permita comprar esos bienes y servicios indispensables, lo cual quiere decir, entre otras muchas cosas, que de la pobreza se sale, no recibiendo de alguien más ( del Estado Benefactor o del gobierno redistribuidor) lo que nos hace falta, sino trabajando para producir algo que dar a cambio de lo que necesitamos y que, por obra y gracia de la división del trabajo, es propiedad de alguien más.

El problema es que para muchos políticos y gobernantes, sobre todo si la democracia electoral ha degenerado en mercado electorero, los pobres son un activo al que, como tal, no están dispuestos a renunciar, dándoles (poco) para que tengan (algo), pero nada más. Centran la atención en el tener, pero no en el poder.

Por ello, pongamos el punto sobre la i.