La libertad, entendida como la capacidad del ser humano para decidir y elegir, y más importante, para decidirse y elegirse, puede estudiarse desde varios puntos de vista, todos los cuales nos brindan una visión más completa de esta realidad.

Por ejemplo, la libertad puede estudiarse desde el punto de vista de la antropología filosófica, y entonces la pregunta es: ¿cómo debe estar constituida la persona para poder decidir y elegir? Puede estudiarse, también, desde el punto de vista de la ética, y en tal caso la pregunta es: ¿cómo debe actuar la persona en cada caso para ser, no solo eficaz, sino buena en cuanto tal? También puede estudiarse desde la perspectiva de la ontología y entonces la pregunta es: ¿cuál debe ser la relación de la persona con el mundo que la rodea, y en el que está inmersa, para poder decidir y elegir?

La persona debe estar constituida de una determinada manera para poder decidir y elegir, y a partir de ello poder actuar con la intención de lograr un fin, cuya consecución representa un bien. La persona debe relacionarse de cierta manera con el mundo que la rodea y en el que está inmersa para poder decidir y elegir, y para intentar, utilizando ese mundo que la rodea (por ejemplo: la materia) y en el que está inmersa (por ejemplo: el tiempo), el logro del fin que se ha propuesto. La persona, en cada caso, deberá decidir y elegir de cierta manera, de tal forma que no solo alcance el fin que se ha propuesto, sino que lo alcance de la manera debida, no tanto en el ámbito de la técnica (que hace de la persona alguien eficaz), sino sobre todo en el de la ética (que hace de la persona alguien bueno en cuanto ser humano).

¿Qué puede limitar la libertad? En primer lugar hay una serie de causas internas, en el sentido de que dependen de la persona. Por ejemplo: la ignorancia, el miedo, la impotencia, todo lo cual “está” en la persona, y depende de la ella superar. En segundo término hay un conjunto de causas externas, en el sentido de que no dependen de la persona. Por ejemplo: las prohibiciones impuestas por otros, ya sea por la fuerza física, ya sea por la fuerza de la ley, nada de lo cual “está” en la persona y, sin embargo, sí depende de ella superar, sobre todo cuando tales prohibiciones resultan injustas. Esto ocasiona la lucha por la libertad.

¿Cuándo resultan injustas las limitaciones a la libertad? Cuando van más allá de prohibir dañar a los demás. Por ejemplo: cuando se le prohíbe a la persona hacerse daño a sí misma; o cuando se le obliga a hacerle el bien a los demás; o cuando se le obliga a hacerse el bien a sí misma, todo lo cual debe dejarse a la libre decisión de la persona, no a la decisión inducida por el miedo al castigo, ya sea de la fuerza física, ya de la fuerza de la ley.

Se vive en libertad, no cuando la persona está liberada de toda coerción gubernamental, sino cuando el gobierno no le prohíbe otra cosa que no sea hacerle daño a los demás, es decir, cuando el gobierno no le exige otra cosa que la práctica de la justicia, entendida como el respeto a los derechos de los demás, como el no dañar a los otros. La prudencia en sentido negativo (no hacernos daño a nosotros mismos, por ejemplo: no consumir drogas), la beneficencia (hacerle el bien a los demás, por ejemplo: enseñar a leer al analfabeta), y la prudencia en sentido positivo (hacernos el bien a ostros mismos, por ejemplo: ejercitarse físicamente todos los días), son virtudes que el Estado, sus leyes y sus gobiernos deben dejar a la libre decisión de cada quien, primer requisito para que todo ello tenga mérito moral.
Libertad es vivir sin que el gobierno nos obligue, ni a la prudencia, tanto negativa como positiva, ni a la beneficencia, sino solo a la justicia, a no violar los derechos de los demás, ¡y a nada más!

Por ello, pongamos el punto sobre la i.