El liberal, ¿puede ser, en los términos definidos por Savater, un fanático? ¿Tiene una idea preconcebida de qué debe pensar y cómo debe actuar la gente? Si la tiene, ¿está convencido de que, en caso de que la gente no piense y no actué así, hay que obligarla a hacerlo? ¿Tiene un proyecto de nación al cual todos los proyectos personales deben supeditarse, ya sea por las buenas, ya por las malas? ¿Cree saber mejor que los demás lo que más le conviene a los demás, de tal manera que si los demás no piensan así y no actúan asá hay que obligarlos a hacerlo? ¿Puede haber liberales fanáticos? El liberalismo, ¿es un fanatismo?

La respuesta a cada una de las preguntas planteadas es no: el liberal no es un fanático; no es alguien que cree saber qué es lo que más le conviene a los demás; no es alguien que cree tener el derecho de imponer sus ideas, y mucho menos sus ideales, al resto de la humanidad. El liberal no es alguien convencido de que lo que hace falta es un proyecto de nación, inspirado por ideales únicos, mismo que, de no ser adoptado libremente por los ciudadanos, debe ser impuesto por la fuerza del gobierno, sino alguien que sabe que lo correcto es una nación en la cual cada quien, respetando los derechos de los demás, y sin ningún privilegio otorgado por el gobierno (privilegios gubernamentales que siempre suponen la violación de los derechos de alguien), pueda sacar adelante sus proyectos personales.

¿Cuál es la única coacción que un liberal reconoce como justa? Aquella que tiene como fin, precisamente, hacer valer la justicia, es decir, la mínima necesaria para que se respeten los derechos de la persona. Esa es la única imposición que, de parte del poder gubernamental, acepta y defiende un liberal. Aceptar y defender esa imposición, ¿supone algún tipo o grado de fanatismo? No, y de entrada por una razón que considero fácil de entender: esa imposición -¡No violarás los derechos de los demás!- es aceptada, no por la mayoría de los seres humanos, sino por la totalidad de la humanidad (estando la discusión en, uno, qué son los derechos y, dos, en quiénes son depositarios y portadores de esos derechos).

Para el liberal, mientras respetes los derechos de los demás, ¡haz lo que quieras! San Agustín dijo: “Ama y haz lo que quieras”. El liberal dice: “Respeta los derechos de los demás y haz lo que quieras”. Este “haz lo que quieras”, con la única condición de que al hacerlo no violes derechos de otros, ¿no es la antítesis del fanatismo?: “¡Haz lo que yo te diga o atente a las consecuencias!”.

Lo único que se le debe exigir a la persona es el respeto a los derechos de los demás. Y lo único por lo que se le debe castigar es por violar esos derechos. El fanático cree tener, no el derecho, ¡sino la obligación!, de exigir de los demás una cierta manera de pensar y una cierta forma de conducta, y si la invitación a pensar de cierta forma y a conducirse de tal manera no surte efecto, entonces su obligación, ¡que no necesariamente derecho!, es imponerla a sangre y fuego, como ha sucedido, como sigue sucediendo, y como, esto es lo más probable, seguirá sucediendo.

¿Cuál es el antídoto en contra del fanatismo? La liberalismo, el saber que lo único que un ser humano tiene el derecho de exigirle a otro es que respete sus derechos, no que piense como él, no que se comporte como él, no que haga algo que vaya en contra de su conciencia.

Por ello, pongamos el punto sobre la i.