En la mayoría de los casos los ismos suponen proyectos de nación, ideados por alguien, convencido de que lo proyectado es lo mejor para todos, por lo cual todos deben, por la buena o por la mala, sumarse. Pensemos, por citar tres ejemplos clásicos, en el socialismo, el comunismo y el fascismo, ismos que suponen, en mayor o menor grado, de una u otra manera, la limitación de la libertad individual: nadie puede hacer todo lo que decida, solo lo que está permitido, en función del proyecto de nación. El fin “colectivo” sobre los fines individuales.

Los proyectos de nación pueden parecer atractivos, pero siempre resultan peligrosos, ya que tienen sentido en la medida en la que el gobierno puede obligar a todos a sumarse. Se trata de proyectos de nación, no de proyectos individuales. Lo que importa es lo primero, no los segundos. ¿Tiranía? ¿Dictadura? ¿Injusticia? Sin duda alguna, y sin embargo una y otra vez se proponen proyectos de nación, ideados por quienes Adam Smith llamó “los hombres de sistema”, quienes tienen un común denominador: considerar que los ciudadanos son piezas inertes sobre un tablero de ajedrez, a quienes ellos pueden mover a voluntad.

Lo que necesitamos (lo he escrito en muchos otros textos), no es un proyecto de nación, sino una nación en la cual cada quien, respetando los derechos de los demás, y sin ningún privilegio otorgado por el gobierno (protección, subsidio, concesión, etc.), pueda sacar adelante sus proyectos. En tal escenario, que es el del liberalismo y/o capitalismo, lo único exigible a todos, ¡y por la fuerza!, es el respeto a los derechos de los demás. La regla de oro del capitalismo y/o liberalismo es: “Respeta los derechos de los demás y haz lo que quieras”. En esta regla de oro se basa el proyecto de nación del liberalismo y/o capitalismo, mismo que en realidad no es un proyecto de nación, sino un código ético (ético, mucho antes que legal) de conducta individual.

Socialismo, comunismo, fascismo, y muchos otros ismos, demandan de la persona mucho más que el respeto a los derechos de los demás, y es por ello que todos esos ismos violan derechos, limitando arbitrariamente el ejercicio de la libertad individual, algo que no sucede con el capitalismo y/o liberalismo, sobre todo si son verdaderos liberalismo y/o capitalismo. ¿Cómo saber si lo son? Veamos qué prohíbe, a qué obliga, y qué castiga el gobierno. Lo único que debe prohibir es la violación de los derechos o, dicho de otra manera, a lo que único que debe obligar es a la justicia, que consiste en darle a cada quien lo suyo, siendo lo suyo de cada quien el derecho de cada cual. Lo único que el gobierno debe castigar es la violación de derechos, es decir, la injusticia. En el caso de muchos ismos el gobierno obliga a pensar, a hablar, a actuar de cierta manera, y castiga las omisiones y las rebeliones, todo lo cual es injusto. En el capitalismo y/o liberalismo, dada la regla de oro –Respeta los derechos de los demás y haz lo que quieras– no.

La mayoría de los ismos son proyectos de nación, ideados por quienes creen saber mejor que cada cual qué es lo correcto, tanto en el ámbito de los fines (el qué) como de los medios (el cómo), ismos que están presentes en todos lados, lo cual quiere decir que el liberalismo y/o capitalismo es hoy más una aspiración que una realidad. No confundamos medidas y elementos de corte capitalista y/o liberal, con el liberalismo y/o capitalismo. Lo primero está, lo segundo falta.

Por ello, pongamos el punto sobre la i.