"El único Estado estable es aquel en que todos los ciudadanos son iguales ante la ley."
La igualdad es una de
las principales preocupaciones de los gobernantes a lo largo y ancho del mundo,
desde la igualdad de oportunidades, hasta la igualdad de resultados,
dependiendo de qué tan colectivista sea el gobernante, igualdad hacia la cual
se pretende avanzar, y de ser posible lograr, por medio de la redistribución,
con el gobernante quitándole a unos para darle a otros o, dicho de otra manera
(que nos permite ver con mayor claridad lo que dicha redistribución realmente
significa), con el gobernante obligando a unos a entregar parte del producto de
su trabajo a favor de otros, siempre con el gobernante como intermediario, todo
en nombre de la igualdad, misma que es causa de injusticias, comenzando por la
peor de todas: la desigualdad ante la ley.
La única igualdad que
los gobiernos deben garantizar es la igualdad de todos los gobernados ante la
ley, siendo esta igualdad una de las dos características esenciales de las
leyes justas, siendo la otra el reconocimiento pleno, la definición puntual y
la garantía jurídica de los derechos de la persona a la vida, la libertad y la
propiedad, características esenciales de las leyes justas que desaparecen
cuando el poder político lo que busca es la otra igualdad, la que pretende
abarcar desde las oportunidades hasta los resultados, igualdad que, como ya
señalé, se pretende alcanzar por medio de la redistribución, con el gobernante
quitándole a unos para darle a otros (todo en nombre de la justicia social o el
bien común, y siempre a través de los programas sociales – alimentación,
atención, médica, educación, etc.- del gobierno), redistribución que en la
práctica, aunque no en el discurso, y mucho menos en la conciencia de muchos
gobernados, supone reconocer, definir y garantizar los derechos a la libertad y
propiedad de unos, pero no de otros, redistribución que supone la desigualdad
ante la ley, que es la más grave de las desigualdades posibles.
Cuando el gobierno
obliga a un gobernado a entregar parte del producto de su trabajo a favor de
otro lo que hace, para todo efecto práctico, es violar el derecho de propiedad
del primero, partiendo de una concepción errónea del derecho de propiedad del
segundo, todo lo cual es posible gracias a que la ley trata, implícita (de
hecho) o explícitamente (por derecho), de manera desigual a uno (a quien se le
quita) y a otro (a quien se le da), trato desigual que lo es, ¡ojo!, no ante la ley, sino por la ley.
Distingamos. Una cosa es
que una ley, en el papel, trate a todos por igual, y que en la práctica el
trato igual deje mucho que desear, y otra muy distinta que una ley, ¡ya desde
el papel!, implique un trato desigual entre gobernados. En el primer caso
tenemos un trato desigual ante la
ley, defecto que lo es por aplicación de la misma, mientras que en el segundo
se da un trato desigual por la ley,
defecto que lo es por concepción y redacción de la misma.
Los gobernantes
defienden la igualdad ante la ley,
pero están a favor de la desigualad por
la ley, tal y como lo muestran sus afanes redistributivos,
redistribución que se lleva a cabo por ley, redistribución que hoy en día es
sinónimo de gobernar.
Aristóteles tiene razón,
el único Estados estable es aquel en el que todos los cuidadnos son iguales
ante la ley, pero esa ley debe ser justa, lo cual supone que, más que ser
iguales ante la ley, los gobernados
deben serlo por la ley, algo que hoy
dista mucho de ser realidad.
Por ello, pongamos el
punto sobre la i.
Tanta sociedad como sea posible, tanto gobierno como sea necesario.
Tanta sociedad como sea posible, tanto gobierno como sea necesario.
Si necesitamos un Estado para combatir otro Estado, por regresión, ¿cómo se justifica la existencia del primer Estado?
Los enemigos de la libertad –de izquierda, derecha o centro– tienen un denominador común: la fe en el Estado.
De la ley nace la seguridad.