¿Qué nos hace diferentes a los seres humanos? Muchas son las causas de esas diferencias, pero entre ellas destacan, uno, la capacidad para decidir y elegir y, dos, la eficiencia para, después de haber decidido y elegido, lograr los fines que nos hemos propuesto. En dos palabras: la libertad.

¿Qué es la libertad? En primer lugar el poder para decidir y elegir, poder que antes que cualquier otra cosa es una experiencia, decisiones y elecciones que son distintas de un ser humano a otro, primera fuente de desigualdades: ante las mismas opciones los seres humanos decidimos y elegimos de manera distinta, es decir, de forma personal, en función de necesidades, deseos y valores personales y, por ello mismo, distintos, no iguales, desiguales.

Pero la desigualdad no se limita a la decisión y la elección, yendo más allá, hasta llegar al campo de la eficiencia: no todos los seres humanos tienen el mismo poder para conseguir los fines que se proponen, habiendo aquellos que triunfan, y aquellos otros que fracasan, diferencia que se explica por muchos factores, todos aquellos que componen la eficiencia, o ineficiencia, del obrar, desde la eficacia[1] con la que uno y otro obran, hasta la suerte con la que el otro y el uno cuentan[2].

No todos los seres humanos deciden y eligen correctamente, y no todos obran con la misma eficiencia, razón por la cual los resultados serán distintos, sobre todo en el campo de la actividad económica: el agente económico (que puede ser desde un empresario, pasando por un trabajador, hasta llegar al consumidor, sin olvidar al ahorrador) que decidió y eligió mal, y que obró de manera ineficiente, no obtendrá los mismos resultados que aquel que decidió y eligió correctamente, y que obró con eficiencia. Los resultados de la acción humana serán distintos, éxitos en algunos casos, fracasos en otros, y siempre habrá desigualdad, ante la cual muchos se preguntan ¿qué hacer?, en general, y ¿qué debe hacer el gobierno?, en particular. La respuesta, si se ha de respetar la libertad y la propiedad de la persona, es la siguiente: nada. Las desigualdades deben respetarse, comenzando por las desigualdades en el ingreso, que no son consecuencia de que unos (ricos) concentren más ingreso que otros (pobres), sino de que los primeros son capaces de generar más ingreso que los segundos, distinción importante porque hay quienes confunden desigualdad con pobreza, siendo que son distintas, sin olvidar que el problema es la segunda no la primera. El problema no es que los ricos generen diez, veinte, treinta, cuarenta o cincuenta veces más ingreso que los pobres, sino que los pobres son incapaces de generar un ingreso suficiente que les permita satisfacer correctamente sus necesidades básicas y ahorrar. Aceptada la diferencia entre desigualdad y pobreza, resulta claro que la segunda no se resuelve buscando la igualdad por medio de la redistribución del ingreso, quitándole a los ricos para darles a los pobres, sino logrando que los pobres, a través de trabajos productivos, generen mayores ingresos.

Buscar la igualdad entre los seres humanos, sobre todo la igualdad de resultados, y sobre todo en el ámbito de la economía, es ir contra la naturaleza, lo cual no puede más que atraer malas consecuencias. No somos iguales y ninguna ley puede hacernos iguales, y la única igualdad que el gobierno debe imponer es la igualdad ante la ley, primera característica de las leyes justas.

Por ello, pongamos el punto sobre la i.