Lo dicho por Moravia es cierto, y la pregunta es ¿por qué los electores no nos sentimos responsables por los fracasos de los gobernantes a quienes elegimos?

Una primera respuesta, la más obvia, es que una cosa es elegir a alguien para algún puesto, y otra hacerse responsable por lo que ese alguien hace en ese puesto, puesto para el que fue elegido, precisamente, para hacerse responsable. Yo elector soy responsable de haber elegido a fulano de tal para el puesto, digamos, de legislador, pero no soy responsable por las leyes que fulano de tal redacte y promulgue. En todo caso, y suponiendo que dichas leyes sean injustas y/o ineficaces, yo elector tengo derecho (o debería tenerlo) de llamar a cuentas a fulano de tal, de pedirle que responda por lo que hizo, de exigirle que se haga responsable. Yo soy responsable de haber elegido a fulano de tal, pero no de sus acciones.

Llegados a este punto debo preguntar lo siguiente: ¿realmente los electores, o por lo menos algunos electores, no nos sentimos responsables por los errores y fracasos de aquellos a quienes elegimos? Y, suponiendo que así sea, que algunos electores sí se sientan responsables por haber elegido a un mal gobernante, ¿qué pueden hacer, sobre todo en el caso de que no haya reelección?

Ahora bien, más allá de lo dicho hasta aquí, y con el fin de deslindar responsabilidades, debemos tomar en cuenta, uno, la degeneración de la democracia electoral en mercado electorero, es decir, en la promesa fácil de hacer, y difícil (por no decir imposible) de cumplir, a la que recurren todos los aspirantes a algún puesto de elección popular y, dos, la ignorancia, de la mayoría de los electores, en torno a los temas que se tocan en la típica campaña electoral, sobre todo el tema económico, que no agota los temas de campaña, pero que está relacionado con todos ellos, ya que cada uno de ellos requiere de recursos para hacerse realidad. Como dice Ricardo Medina: al final del día toda política es política fiscal, lo cual quiere decir que no hay manera de darle la vuelta al asunto de la economía, es decir, a la escasez y al costo de oportunidad. ¿Cuántos electores saben que, al final del día, toda política es política fiscal? ¿Cuántos saben lo que es el costo de oportunidad? ¿Cuántos tienen los conocimientos necesarios para preveer la posibilidad de que las promesas de los candidatos se hagan, o no, realidad? Y suponiendo que se hagan realidad, ¿cuántos tienen los conocimientos indispensables para preveer las consecuencias generales y de largo plazo, sobre todo las negativas, de esas promesas hechas realidad?

La esencia del mercado electorero, pecado original de la democracia electoral (que no es otra más que la democracia indirecta), es la mentira de los candidatos y la ignorancia de los electores, mentira de los primeros que es posible gracias a la ignorancia de los segundos. Mentira de los candidatos, quienes prometen cosas que saben no podrán cumplir. Ignorancia de los electores, quienes votan pensando solamente en el qué (qué me prometa el candidato) sin preguntarse por el cómo (cómo lo conseguirá una vez que sea electo). Y a eso se le llama ignorancia. Y esa mentira e ignorancia tienen un común denominador: la irresponsabilidad.

Tal vez sea por la primacía del qué sobre el cómo, por lo que los electores no se sienten responsables por haber elegido a quienes, sin duda alguna, son los grandes fracasados: los gobernantes.

Por ello, pongamos el punto sobre la i.