"El término "servicio público"... es absurdo. Todo bien es útil "para el público" y casi todo bien... puede ser considerado "necesario". Cualquier designación de unas pocas industrias como "servicios públicos" es completamente arbitraria e injustificada."
Los gubernamentólatras
de todo tipo, desde socialdemócratas hasta marxistas revolucionarios, desde
fascistas hasta comunistas, nos quieren hacer creer que lo público es mejor que
lo privado, sobre todo cuando de ofrecer bienes y servicios se trata, en el
entendido que público es sinónimo de gubernamental, de tal manera que, por lo
menos en la visión gubernamentólatra, lo ofrecido por
el gobierno resulta mejor que lo ofrecido por las empresas privadas, afirmación
que no resiste el más mínimo análisis empírico. La oferta privada de mercancías
es mucho más productiva y competitiva que la gubernamental, de entrada porque
esta última, si el gobierno no lo impide, y por ello mantiene abiertos todos
los mercados a la participación de todo el que quiera participar, siempre será
lo más competida posible, mientras que la oferta gubernamental de bienes y
servicios es monopólica: toda la razón de ser de
dicha oferta es que sea monopólica.
Por servicio público hay
que entender, desde la perspectiva gubernamentólatra,
el servicio prestado por el gobierno, que al ser calificado de público obtiene,
nuevamente desde la mentada perspectiva, una calidad superior, que los
servicios privados supuestamente no tienen, afirmación que, nuevamente, no
resiste el más mínimo análisis empírico.
Por servicio público hay
que entender, además de la prestación gubernamental del mismo, el que el mismo
resulta gratis, sin costo y por lo tanto sin precio. Público en este sentido,
al menos desde la perspectiva gubernamentólatra, es
sinónimo de gratuidad, propia de los bienes libres (los que alcanzan para
todos, en las cantidades que cada uno necesita, y gratuitos), pero no de los
económicos (los que no alcanzan para todos, menos en las cantidades que cada
uno quisiera, y mucho menos gratis). La identificación de público con gratuito,
de nueva cuenta, no resiste el más mínimo análisis empírico. Alguien termina
pagando por los servicios públicos.
Por servicio público hay
que entender, además de la prestación gubernamental del mismo, prestación que
además es “gratuita”, que el mismo alcanza para todos, en función, no de la
capacidad de pago del demandante, o de la capacidad de producción del oferente,
sino en términos de las necesidades de cada cual, abundancia de los servicios
públicos que, va de nuevo, no resiste el más mínimo análisis empírico.
Por último, por servicio
público hay que entender, además de la prestación gubernamental, “gratuita” y “abundante”
del mismo, la antítesis del servicio privado, a un determinado precio, y en una
cierta cantidad, entendiéndose, nuevamente desde la perspectiva gubernamentólatra, que lo primero es, no sólo
económicamente más eficiente, sino éticamente superior, lo cual, vuelvo a lo
mismo, no supera el más mínimo análisis empírico.
Obviamente que existe
una diferencia, esencial, entre lo público y lo privado, pero esa diferencia es
falsa cuando se trata de la oferta privada y la oferta pública de bienes y
servicios, y lo es porque no hay nada más público que la oferta privada de
mercancías. ¿Para quién ofrecen las empresas privadas? Para el público. La
contradicción no se da, en materia de producción, entre lo privado y lo público,
sino entre lo privado y lo gubernamental, siendo que en ambos casos lo producido
se vuelve público, lo cual no quiere decir que, en el caso de la oferta
gubernamental, lo producido resulte gratis y abundante, resultado imposible por
una razón muy sencilla: la producción gubernamental está sujeta, al igual que
la privada, a las reglas del juego que impone la escasez, comenzando por la
escasez de los medios de producción.
Por ello, pongamos el
punto sobre la i.
Tanta sociedad como sea posible, tanto gobierno como sea necesario.
Tanta sociedad como sea posible, tanto gobierno como sea necesario.
Si necesitamos un Estado para combatir otro Estado, por regresión, ¿cómo se justifica la existencia del primer Estado?
Los enemigos de la libertad –de izquierda, derecha o centro– tienen un denominador común: la fe en el Estado.
De la ley nace la seguridad.