Escribo estos Pesos y Contrapesos sin saber quién será el próximo presidente, y sin conocer la composición del Congreso de la Unión, pero sabiendo que, independientemente de quien haya ganado, los retos en materia de economía se dividen en dos grupos: el primer compuesto por lo que NO se debe hacer, el segundo por lo que SI se debe hacer.

Lo primero, lo que no se debe hacer, se sintetiza en la siguiente oración: por ningún motivo debe perderse la estabilidad monetaria o, dicho de otra manera, por ningún motivo debe reaparecer la inflación, que tanto daño causó a lo largo de tres décadas y media, daño que fue mayor entre los más pobres. No hay que olvidar que la estabilidad monetaria, o, para decirlo de otra manera, una moneda sana y fuerte, que mantenga la estabilidad de precios y preserve el poder adquisitivo de los consumidores, es el medio indispensable para potenciar la economía.

Afortunadamente el Banco de México es autónomo, lo cual quiere decir que el Gobierno Federal no puede obligarlo a emitir dinero y dárselo para que gaste más, lo cual garantiza la estabilidad monetaria. Desafortunadamente más de uno (economistas, políticos, empresarios, periodistas, etc.) considera que el banco central, además de “procurar la estabilidad de poder adquisitivo de la moneda nacional”, como se apunta en el artículo 28 constitucional, debe tener, entre sus objetivos, “la promoción del desarrollo económico y el empleo”, como lo señaló Rogelio Ramírez de la O, asesor de López Obrador. Para que esto sea posible hay que quitarle la autonomía al Banco de México, para lo cual se requiere cambiar la Constitución, algo que, afortunadamente, no resulta fácil, mucho menos si la composición del Congreso quedó fragmentada, sin algún partido con la mayoría absoluta.

Lo segundo, lo que sí se debe hacer, se resume de la siguiente manera: llevar a cabo, correctamente, las reformas estructurales, con el fin de fortalecer y multiplicar los cimientos de la economía en tres frentes: el de la libertad y la propiedad; el de la seguridad y la confianza, el de la productividad y la competitividad, para poner en marcha el círculo virtuoso de la inversión, la producción, el empleo, el ingreso y el consumo.

Las reformas estructurales deben comenzar por la eliminación del actual capítulo económico de la Constitución, artículos 25 al 28, en el cual se propone el dirigismo, es decir, la planeación gubernamental de la actividad económica (Art. 25); el socialismo, cuya esencia es la redistribución del ingreso (Art. 25); el mercantilismo, que consiste en el otorgamiento de privilegios a favor de determinados grupos de interés (Art. 25);  el comunismo, que limita y elimina la propiedad privada, sobre todo de los medios de producción (Art. 27);  y, por último, el intervencionismo, que supone la manipulación de precios (Art. 28), todo ello contrario a la libertad (para emprender y consumir), a la propiedad (sobre los ingresos, el patrimonio y los medios de producción), a la competencia (sobre todo entre oferentes) y al buen funcionamiento de los mercados (comenzando por el buen funcionamiento del sistema de precios), en pocas palabras: contrario al progreso económico.

¿Qué NO debe hacer el próximo gobierno? Perder la estabilidad monetaria (por más que los keynesianos opinen lo contrario) ¿Qué SI debe hacer? Llevar a cabo las reformas estructurales. Así las cosas, los escenarios para los próximos seis años son tres. Primero: si no se pierde la estabilidad monetaria, pero no se llevan a cabo las reformas estructurales, no retrocederemos, pero no avanzaremos. Segundo: si no se pierde la estabilidad monetaria, y sí se llevan a cabo, correctamente, las reformas estructurales, avanzaremos. Tercero: si se pierde la estabilidad monetaria, y no se llevan a cabo las reformas estructurales, retrocederemos. Evidentemente que el reto es avanzar. El camino está claro.