Defender a Israel –y específicamente defender el derecho de Israel a defenderse y tomar represalias contra el terrorismo- es políticamente incorrecto. Ya se sabe, y basta consultar cualquier catecismo de la “progresía” occidental, digamos en español el periódico El País, que Israel es una especie de odioso país busca-pleitos rodeado de pobrecitos pueblos oprimidos por décadas. Ya se sabe que lo políticamente correcto es decir que Israel es inmisericorde y enemigo de la paz en Medio Oriente.

Pero la verdad es que Israel es la única democracia confiable y estable en esa región. La verdad es que en esta ocasión –en la lucha contra los terroristas de Hezbolá, que juegan también a ser parte del régimen parlamentario de Líbano-, por no hablar de otros episodios de este conflicto de décadas, Israel ha sido la víctima y el primer movimiento de agresión y chantaje inaceptable ha empezado del otro lado, instigado muy probablemente por el gobierno de Irán, el mismo que ha proclamado que no descansará hasta que los israelitas sean arrojados al mar.

Para muchos políticos de los países árabes y de las teocracias islámicas Israel es una especie de bendición, el chivo expiatorio perfecto para sostener regímenes despóticos y para eludir cualquier intento de democratización interna: “¿Quién necesita paz, estabilidad, progreso económico, derechos de la mujer, un poder judicial independiente, medios de comunicación libres y confiables, control de la corrupción, buenos sistemas de educación y salud, libertad de expresión y todas esas cosas, cuándo puede secuestrar israelíes?”, preguntaba ayer Barry Rubim en su columna del Jerusalem Post.

Y tiene razón. Ahí está una de las causas racionales de la resistencia a la paz por parte de los políticos que han hecho de la inoculación del fanatismo un muy rentable modo de vida, imitando a ese paradigma de la vileza que fue Yasser Arafat.

No es fácil, ni políticamente correcto, decir estas cosas no sólo porque uno se granjea feroces enemigos –dispuestos a conseguir el paraíso matando infieles en Occidente-, sino porque Israel es una nación vista como aliada del otro monstruo fabricado por la propaganda dizque progresista: Estados Unidos y su odioso capitalismo.

Hasta liberales sensatos y admirables, como Mario Vargas Llosa, sucumben, en el caso de Israel, a lo políticamente correcto y creen de buen tino tomar partido por los pobrecitos palestinos frente a los malvados israelitas. Lástima. Lamento que Vargas Llosa haya dicho que se avergüenza de ser amigo de Israel; al menos debería regresar, entonces, el premio Jerusalén que recibió en 1995 (como le sugiere David Mandel en una dura carta).

Pero ni hablar, soy más amigo de la verdad que de lo políticamente correcto: Israel tiene razón. Israel tiene derecho a existir y defender su existencia. Israel tiene derecho a tomar represalias en lugar de ceder al chantaje.