La decencia, según el Diccionario de la Lengua Española, de la Real Academia Española de la Lengua es “la dignidad en los actos y en las palabras, conforme al estado o calidad de las personas”. La decencia es una virtud que hace posible, en primer lugar, el que el ser humano pueda ver a sus semejantes, a la cara, sin avergonzarse; en segundo término, el que la persona pueda verse a si misma, reflejada en un espejo, sin necesidad de bajar la mirada y, por último, el que la convivencia entre personas se realice de manera civilizada, sin que unos y otros violen los derechos de otros y unos. Es este respeto a los derechos de los demás lo que hace posible la convivencia civilizada, y el que uno pueda ver a los demás, y a si mismo, a la cara, sin avergonzarse, sin tener que desviar la mirada.

La decencia se practica para con uno mismo pero, sobre todo, para con los demás. En este último caso la decencia exige el respeto al derecho ajeno que, ya lo sabemos, es la paz. La decencia exige actuar, siempre (es cuestión de principio), respetando los derechos de los demás, decencia que el delincuente López Obrador, y sus seguidores, desde los que voluntariamente participan en sus asambleas informativas, marchas y plantones, hasta quienes son acarreados a las mismas, no practican. (Antes de que sus simpatizantes me escriban reclamándome por calificarlo de tal manera – delincuente -, pregúntense, ¡y respóndanse!, cuántos derechos y leyes ha violado el AMLO del domingo 30 de julio a la fecha).

Vamos a ver. El delincuente López Obrador afirma que Fox; el Consejo Coordinador Empresarial; la derecha; el IFE; los ciudadanos que, como funcionarios de casilla, o representantes de partidos políticos, participaron en las elecciones; los magistrados del TRIFE, algunos medios de comunicación, planearon y llevaron a cabo un fraude que le robó el triunfo en la elección presidencial. ¿Cómo explicar, entonces, que el mentado malhechor arremeta, no en contra de quienes organizaron el fraude, sino en contra de todos aquellos que viven, trabajan o transitan en y por las avenidas secuestradas? ¿Confundió López Obrador a los justos con los pecadores? Y si lo que pretendía era presionar a los magistrados del TRIFE para que ordenaran el conteo voto por voto, casilla por casilla, ¿qué tan eficaz resultó su presión? ¿Cuál es la lógica, o falta de la misma, detrás de las acciones de López Obrador?

Pero sobre todo, ¿cómo explicar que alguien como AMLO, que en más de una ocasión ha hecho fe pública de su juarismo, viole derechos de terceros? ¿No fue Juárez quien dijo que el respeto al derecho ajeno es la paz? ¿Cómo es posible que AMLO califique a su resistencia civil de pacífica? ¿No fue Juárez un convencido de que la ley debe aplicarse igual para todos? Ni López Obrador respeta el derecho ajeno, ni el gobierno de la Ciudad de México, encabezado Encinas, aplica la ley de igual manera para todos. El primero es un delincuente; el segundo, por decir lo menos, un irresponsable.

López Obrador viene diciendo, desde la noche del 2 de julio, que él ganó la elección. ¿Cómo sabe? Todos los conteos, desde aquellos que se realizaron voto por voto, casilla por casilla, en aquella fecha, hasta el último recuento ordenado por el TRIFE, en el 9.07 por ciento de las casillas, arrojan los mismos resultados: Calderón obtuvo más votos. López Obrador responde que él sabe, que él ganó, porque hubo fraude, respuesta ante la que hay que preguntar: ¿dónde están las pruebas? ¿Dónde?

¿Qué tan dignas han sido las palabras y los actos de López Obrador? ¿Qué tan decente ha sido su comportamiento? ¿Qué tan demócrata? ¿Qué tan respetuoso del Estado de Derecho?