La legitimidad definitiva de cualquier gobierno la otorga el éxito en alcanzar sus metas.
Quienes perdieron la elección
presidencial del 2 de julio e inventaron pruebas del supuesto fraude para anular
los comicios; los mismos que hoy aún amagan con un gobierno paralelo para ver
si por cansancio consiguen lo que perdieron en las urnas; esos, ahora pretenden
cercar al próximo gobierno.
Es natural que grupos y personas con
intereses políticos y económicos intenten influir en los gobiernos y en la
selección de los funcionarios a cargo de las responsabilidades clave para el
desempeño de sus actividades y la generación de sus utilidades.
Ello pasa en todo tiempo y lugar. Los
monopolistas intentan quedar bien con los que llegan al poder para cuidar sus
monopolios e impedir que las políticas públicas impongan condiciones
competitivas que les serían perjudiciales.
Ahora, además de quienes detentan
posiciones privilegiadas, se escucha un griterío cada vez más estridente que
dice que para poder gobernar y legitimarse Felipe Calderón tiene no sólo que
adoptar las propuestas de López Obrador sino que debe integrar su gabinete en
forma “plural” para llevarlas a cabo.
Como atinadamente escribió Mary O’Grady en el Wall Street Journal del viernes pasado, “el señor Calderón
confronta ahora el clamor por más socialismo que viene de las elites, con
objeto de neutralizar al radicalizado señor López Obrador que se niega a
aceptar su derrota.”
Sin embargo, nada sería peor que el
próximo Presidente de México se perdiera en la adopción de políticas e
instrumentos que quizá suenen bien como canto demagógico pero que carecen de
toda efectividad para llevar a cabo un buen gobierno, que es lo que se necesita
para superar los problemas nacionales.
También sería fatal que se integrara
un gabinete plagado de personajes con ideas y agendas contradictorias, lo que
invariablemente conduce a pleitos y forcejeos que neutralizan la efectividad de
una administración pública hasta hundirla en la parálisis.
Es útil recordar el pensamiento
hegeliano de José López Portillo, cuando decía que no temía las contradicciones
que generaban en su gabinete personajes tan contrapuestos como Carlos Tello
(inspirador de la expropiación de la banca) y Ricardo García Sáenz (quien
quebró el IMSS) con Miguel de
Lo único que consiguió López
Portillo fue tener una administración pública zigzagueante e incoherente pues
el Presidente a veces le hacía caso a algunos de sus
funcionarios y a veces a otros que proponían lo opuesto. El desastre de 1982 al
que condujo tal confusión, es bien conocido.
Felipe Calderón ha tenido el talento
de elegir bien las prioridades que se propone poner al centro de su gobierno:
empleo, combate a la pobreza y seguridad pública. A mi juicio, se trata de los
objetivos correctos que son, por añadidura, perfectamente complementarios
Ahora el Presidente Electo y sus
colaboradores están en la etapa de definir la organización de su gobierno para
una mejor ejecución de las políticas públicas que permitan alcanzar sus
propósitos, pero será de la mayor importancia que se seleccione un gabinete de
primer nivel intelectual y que trabaje en equipo.
Es crucial que todos los
funcionarios de la nueva administración lean la misma partitura y la
interpreten de igual manera porque esa es la única forma en la que un gobierno puede
lograr que todas sus acciones se concentren, con efectividad y armonía, en conseguir
metas claras y bien definidas.
Ello requiere rechazar frontalmente
los intentos por imponerle al próximo Presidente prioridades erróneas y
políticas públicas fallidas nada más porque el demagogo las grita muy fuerte, y
un equipo de trabajo “plural” que sólo serviría para sabotear el funcionamiento
de un Poder Ejecutivo coherente y eficaz.
La legitimidad definitiva de
cualquier gobierno la otorga el éxito en alcanzar sus metas.
EntrarTanta sociedad como sea posible, tanto gobierno como sea necesario.