El Presidente Electo Felipe Calderón enfrenta simultáneamente un importante reto y una gran oportunidad. Él ya definió las tres prioridades de su gobierno –empleo, pobreza y seguridad pública. El desafío será convertirlas en el eje central del Plan Nacional de Desarrollo que por mandato de ley debe preparar.

Sería muy deseable que el próximo Presidente cambie radicalmente la forma de hacer el Plan. La manera como se ha hecho hasta ahora la planeación económica en México, ha sido de completa inutilidad salvo para dar empleo temporal a economistas mediocres y estimular a las industrias del papel y editorial.

Una de las pocas virtudes que tenían los planes sexenales es que nadie les hacía caso. Cada vez que se terminaba el ritual de hacer el interminable recuento de buenas intenciones, se procedía a enviar los pesados volúmenes con tan sesudas como inservibles disquisiciones a todo el territorio nacional.

A partir de allí el Plan terminaba plácidamente sus días acumulando polvo en los libreros de las bibliotecas públicas, aunque ocasionalmente cumplía una misión útil como remplazar la pata de algún mueble que hubiera quedado cojo.

Menos mal, porque bastante más caro le hubiera costado al país si los gobiernos hubieran intentado cumplir al pie de la letra sus planes, elaborados puntualmente cada sexenio a partir de los años treinta del siglo pasado. Ello hubiera significado un notable desperdicio de recursos escasos.

¿Por qué el divorcio entre los loables fines del plan y sus magros resultados? Se debe a que se trata de proyectos concebidos por burócratas que no saben cuáles son los deseos de la sociedad ni cómo generar los incentivos para alcanzarlos.

La evidencia acumulada de la inutilidad de esta “planeación” debiera persuadir al nuevo gobierno de la conveniencia de hacer las cosas de manera diferente, volteando a ver los ejemplos de éxito en la materia, algunos de ellos muy impresionantes.

Singapur ofrece un caso notable. En los últimos 31 años su ingreso por habitante pasó de 500 dólares, la tercera parte del que tenía México en 1975, hasta alcanzar hoy los 30 mil dólares, más de cuatro veces el ingreso promedio de cada mexicano.

El instrumento para obtener tan extraordinarios resultados fue la creación de la Junta para el Desarrollo Económico (JDES), entidad fundada hace 45 años con un desembolso inicial de 25 millones de dólares para promover dos objetivos: atraer inversión productiva y generar empleo.

Sus positivos resultados están a la vista, pues permitió alcanzar uno de los milagros más notables en los anales del desarrollo económico mundial. Si además se considera que Singapur carece de recursos naturales y tiene severas limitaciones por su reducido tamaño, se aprecia mejor la magnitud de los retos que esta nación isleña superó de forma espectacular.

El proceso seguido en Singapur se asemeja mucho más al plan estratégico de una empresa que a los farragosos y fallidos planes nacionales que hemos hecho en México. De allí su éxito. Desde un principio, se definió una estrategia de desarrollo hacia fuera pues la isla carece de un mercado interno por sí mismo suficiente para sustentar una industria doméstica eficaz.

Hoy el problema del desempleo, principal motivo para crear la JDES, se ha invertido pues la dinámica economía de Singapur carece de la mano de obra suficiente para hacer frente a su acelerado crecimiento económico, por lo que más del 10% de la población de 4.5 millones, son hoy trabajadores extranjeros.

El artículo 26 constitucional ordena al gobierno preparar un Plan Nacional de Desarrollo. El presidente electo Felipe Calderón debe aprovechar esta oportunidad para darle un giro radical al proceso y convertirlo en un instrumento estratégico clave para alcanzar los objetivos prioritarios que ya definió para su gobierno.