Odio defenderme. Siempre hay cosas más interesantes que escribir. Esta vez tengo que hacerlo. Injusta e irresponsablemente la gran prensa me ha difamado y ofendido en centenares de medios de comunicación de todo el mundo, junto a otros diez notables periodistas de origen cubano.
Madrid- Odio defenderme. Siempre hay cosas más
interesantes que escribir. Esta vez tengo que hacerlo. Injusta e
irresponsablemente la gran prensa me ha difamado y ofendido en centenares de
medios de comunicación de todo el mundo, junto a otros diez notables
periodistas de origen cubano.
El origen (y la culpa) de este ataque contra mi
honor es un disparatado reportaje aparecido el 8 de septiembre en la primera
página de The Miami Herald
y en El Nuevo Herald,
con foto incluida, como si hubieran descubierto una peligrosa trama criminal,
en el que se nos acusaba de cobrar del gobierno norteamericano por trabajar en
programas que emite Radio y TV Martí hacia Cuba, unas emisoras similares a
Radio Free Europe, reguladas por las mismas estrictas
normas éticas que controlan a
Las rectificaciones tardaron pocos días, pero ya
nadie se interesó en hacerse eco de ellas. Los dos diarios, The Miami Herald y El Nuevo Herald, me hicieron saber que
seguirían publicando regularmente mis columnas semanales. Yo no era culpable de
nada. Mi nombre jamás debió figurar en esa información. En realidad, la única
supuesta falta que existía era que dos reporteros empleados de la empresa,
aparentemente, habían violado una discutible regla interna que tienen algunos
medios de comunicación norteamericanos por la que les prohíben cobrar cuando
colaboran en medios públicos. Yo no era empleado de ninguno de los dos diarios,
y, por lo tanto, si Radio Martí o
Pero Larry Hart, el portavoz del Broadcasting
Board of Governors (BBG), que supervisa y regula las emisoras públicas
norteamericanas, fue mucho más enfático en unas declaraciones hechas a The Miami Herald
y aparecidas el 14 de septiembre: “Durante décadas, por muchos, muchos años,
algunos de los más respetables periodistas en el país han recibido pagos por
participar en programas de
La lista de quienes han recibido pagos por su
trabajo de colaboradores de
En todo caso, esta difamatoria información
propagada en la prensa oscurece un hecho esencial: el problema de fondo no es
si en Estados Unidos un periodista puede o debe cobrar por trabajar en un medio
oficial, sino en la extraordinaria importancia que tiene para los cubanos y
para el futuro establecimiento de la democracia que esas transmisiones
continúen, que los cubanos puedan tener acceso a una información libre y veraz,
que sepan lo que la tiranía les oculta, que entiendan cómo funcionan las
sociedades libres.
Cuando cayó el muro de Berlín y las dictaduras
comunistas europeas se desplomaron, los corresponsales y colaboradores de Radio
Free Europe y Radio Liberty
fueron recibidos como héroes en las naciones a las que llegaban todos los días
con sus mensajes de libertad y aliento. Eran las voces de la ilusión en medio
del horror. Algunos de esos comentaristas no alcanzaron a verlo: al escritor
búlgaro Georgi Markov lo
hizo asesinar el dictador Todor Zhivkov
en las calles de Londres. El tirano rumano Ceaucescu
odiaba tanto las transmisiones de esas emisoras que le pagó al asesino Carlos
el Chacal para que dinamitara los transmisores situados en Munich. Yo mismo he
recibido en mi oficina de Madrid, a fines de los ochenta, una bomba dentro de
un libro titulado “Una muerte muy dulce”, y para que no hubiera duda del
mensaje, el ex viceministro cubano Manuel Sánchez Pérez recibió otro paquete
idéntico. Poco tiempo antes, tras su deserción, yo lo había entrevistado para
Radio Martí.
Tal vez yo no pueda nunca limpiar mi reputación
tras esta brutal difamación. Pero, si vivo lo suficiente, algún día me sentiré
reivindicado, cuando en las calles de una Habana liberada un cubano me abrace y
me diga: ""Gracias: su voz y sus palabras me sirvieron para mantener viva la
esperanza"". Eso es lo único que me importa. Para eso vivo.
___* Periodista
cubano residenciado en Madrid.
©
Firmas Press
EntrarDurante siglos se ha debatido quién debe detentar el poder y no los límites de ese poder.