Cuando las instituciones caen la gente muere. Mientras el conflicto en Oaxaca sigue creciendo, los políticos siguen hablando de alternativas que conocen inviables e ineficaces.
Los conflictos de fin de sexenio
muy al contrario de ir a la baja, prometen continuarse y seguir creciendo en
complejidad y conflictividad. Sin duda es un síntoma de que hay problemas que
no se han resuelto. Uno de ellos es particularmente relevante: la relación
entre lo local y lo federal. Poco cambiará el país mientras no se entienda que
la democracia ha reinaugurado, aunque de manera conflictiva, el federalismo
mexicano. Si los políticos no logran entender la nueva realidad del poder en
México, ni el crecimiento económico ni el desarrollo político serán objetivos
asequibles.
El régimen presidencial mexicano
sostenido por un partido hegemónico, trascendió la estructura federal del
estado mexicano y sometió las diferencias entre estados a la homogeneidad
partidista y el unívoco liderazgo presidencial. La transición a la democracia
fue posible sólo en la medida en que desarticuló de manera gradual ese dominio
partidista sobre los espacios políticos. Las victorias de la oposición en el
ámbito local de gobierno permitieron la caída final del régimen y el paso a la
democracia.
Pero el proceso de transición no
sólo trasformó la naturaleza de la competencia por el poder a nivel federal,
sino que cambió de manera radical la dinámica de la competencia política en los
propios estados. Ante la ausencia de un liderazgo partidista único y
personalizado por el presidente, los liderazgos locales se revitalizaron, las
diferencias entre los miembros de un mismo partido pero atados a realidades
diferentes desataron divisiones y perfilaron la lucha por autonomías locales
frente al poder federal.
A pesar del reconocimiento casi
consensuado de este proceso de cambio, los políticos mexicanos y sus
comentaristas insisten en la línea de mando de lo federal. Así las elecciones
en Chiapas eran pobremente analizadas desde el conflicto postelectoral federal.
El triunfo de uno u otro candidato a la gubernatura
sería puntal o despeñadero de los aspirantes a la presidencia. La contienda
chiapaneca concluyó demostrando, una vez más, que mirar la realidad política de
los estados necesita lentes diferentes a los que se usan para mirar la
competencia por el poder a nivel federal.
Pero la evidencia sigue
ignorándose y ahora es Tabasco la trinchera local de la lucha por el poder
federal. De nuevo, trinchera falsa. Los electores tabasqueños decidirán el
sentido de su voto por gobernador en un escenario radicalmente distinto a aquél
en el que votaron por algún candidato presidencial. Definitivamente puede utilizarse
el resultado para generar una percepción de que se ha debilitado algún
competidor, pero en última instancia, el punto es que el escenario federal no
está afectando las consideraciones de electores de una particular demarcación
electoral.
En cualquier caso, ahí hay un
problema analítico para explicar las elecciones locales. Pero más grave resulta
que la conducción de los gobiernos esté dirigida por esta equivocada creencia.
Si bien estos escenarios son sólo pequeñas ilustraciones de un gran problema,
el caso oaxaqueño es el ejemplo límite de un error de interpretación. El
gobierno federal y el Senado han permanecido a la espera de que un arreglo
entre cúpulas partidistas produzca una graciosa solución al conflicto
oaxaqueño. Mientras los problemas locales sean percibidos por los políticos a
nivel federal como eco de sus propios conflictos, seguirán creciendo y agravándose
como ha pasado en Oaxaca.
El conflicto en Oaxaca es local
en su naturaleza. Las negociaciones salariales que iniciaron el conflicto son
las mismas que se dan año con año. La diferencia radica en que por esta
ocasión, el gobernador Ruiz encontró conveniente el uso de la fuerza pero fue
incapaz de imponerla. La participación de las policías locales sólo agravó el
conflicto, radicalizando al magisterio y allegándole de mayores apoyos
organizacionales y una mejor percepción en la opinión pública oaxaqueña.
La incorporación de
La pasividad del gobierno
federal refleja el temor a que la dimisión del gobernador siente un precedente por
el que sufra después Felipe Calderón. Pero también ratifica la convicción del
gobierno federal por no allegarse de problemas que, asume, no le corresponden
(en otro y yo por qué). La ausencia
de responsabilidades claramente establecidas permite que el presidente continúe
su omisión. La irresponsabilidad no es menor. Cuando las instituciones caen la
gente muere. Mientras el conflicto en Oaxaca sigue creciendo, los políticos
siguen hablando de alternativas que conocen inviables e ineficaces. Mientras no
se entienda el cambio político de México, nuestros gobernantes seguirán
maximizando los costos políticos de resolver conflictos. Los ciudadanos en
vilo, esperaremos que la estupidez abandone a aquellos que nos gobiernan.
EntrarTanta sociedad como sea posible, tanto gobierno como sea necesario.