Muchos intelectuales españoles no tienen ningún empacho en definirse como “de derechas”. Por lo general, se trata de liberales-conservadores, una especie muy común en Europa, al estilo de José María Aznar: Son decididos defensores de la libertad de mercado y de la competencia, así como de la ortodoxia fiscal y monetaria y partidarios de la globalización económica. ¿Qué tienen de conservadores? Que no comparten la agenda de algunos social-demócratas en materias sociales, como el matrimonio entre homosexuales o la legalización del aborto. Son, desde luego, demócratas hasta la médula, enemigos de cualquier forma de dictadura, defensores de la división de poderes y de la rendición de cuentas a los ciudadanos por parte de los gobiernos. Lo interesante, repito, es que no tienen vergüenza en calificarse a sí mismos de “derecha” para distinguirse de las  distintas versiones modernas del socialismo, que serían “la izquierda”. Son de “derecha” pero nadie –salvo algunos fanáticos despistados- los confunde con franquistas o fascistas.

Por su parte, esa izquierda moderna ha abjurado hace mucho de los dogmas marxistas y entiende, más o menos, la necesidad de la ortodoxia fiscal y monetaria, reconoce los derechos del individuo y jamás oirá uno a alguien de la izquierda moderna motejar a los mecanismos de la democracia (división de poderes, Estado de Derecho, respeto al sufragio libre, individual y secreto) de “patrañas burguesas” o de “legalismos despreciables”.

La diferencia entre izquierda y derecha, en esas latitudes, es de matices –más o menos gasto público social, más o menos intervención del gobierno en la vida económica- y radica sobre todo en la agenda social o de las costumbres.

Si nos trasladamos a Estados Unidos, la derecha es más o menos el Partido Republicano y la izquierda es, también más o menos, el Partido Demócrata. En Estados Unidos existe un uso inopinado y peculiar del adjetivo “liberal” y erróneamente se le llama “liberales” a los partidarios de una mayor intervención del gobierno en la vida económica, de impuestos más altos para los ricos, de mayores subsidios y precios controlados, de privilegios para los sindicatos. En cambio, los partidarios del libre mercado y de una menor presencia del gobierno en la vida económica son motejados como “conservadores”. Por ello, los liberales auténticos en Estados Unidos han optado, para evitar confusiones, por llamarse a sí mismos “libertarios”. Respecto de lo que es un auténtico liberal –en el sentido europeo del término, que es también el que usamos en México- recomiendo “Why I’m not a conservative” de Friederich A. Hayek, que se puede leer en línea en: http://hem.passagen.se/nicb/cons.htm .

Entremos ahora de lleno en la jungla de las confusiones: ¿Qué se entiende en México por ser de derecha y por ser de izquierda? Por lo general, tonterías. Digamos, ser de derecha es, para algunos, pertenecer a una tenebrosa sociedad secreta que pretende implantar a la fuerza una teocracia católica en México; del mismo modo que para algunos ser de izquierda, en México, es manifestar una cierta preocupación por la pobreza, fumar marihuana o detestar a los ricachones. Peor aún es cuando entramos al terreno del liberalismo. Una buena parte de los mexicanos cree que ser liberal es no escandalizarse ante ciertos atrevimientos sexuales, o que ser liberal es, como Juárez, ser ateo (que no lo era Juárez) o masón (que sí lo era, pero ni todos los masones eran liberales, ni todos los liberales eran masones), o que ser liberal es algo así como “neoliberal” pero sin tecnología (es decir, algo malo). Estas confusiones, producto de la ignorancia y de la propaganda, hacen que en México tengamos marxistas guadalupanos (como algunos que fueron obispos en Chiapas), izquierdistas beatos (como algunos estudiantes de caras universidades jesuitas), fascistas disfrazados de izquierdistas (como Andrés M. López Obrador), izquierdistas trasnochados y medio jacobinos (como Cuauhtémoc Cárdenas), vividores de la izquierda (como Ricardo Monreal), marxistas de manual recalentado (como algunos líderes de la pleonásmica APPO), derechistas antiliberales (como algunos panistas a quienes se vincula con el misterioso “Yunque” o como Carlos Abascal), izquierdistas de salón (como Elenita Poniatowska), izquierdistas modernos y más o menos liberales (como Denisse Dresser) y muchas tipologías más.

La jungla se vuelve más caótica cuando escuchamos que Fulano es de la extrema derecha porque es partidario de que NO haya déficit fiscal o que Perengano debe ser un comunista disfrazado porque se opone a los monopolios.

En rigor, sin embargo, buena parte de los “izquierdistas” mexicanos están más cerca del fascismo corporativista que del socialismo moderno. El mejor ejemplo es Andrés Manuel López Obrador, quien detesta el liberalismo económico y la libertad de mercados, favorece el corporativismo en contra de los derechos y las libertades individuales, ve con suspicacia o con franca aversión la libertad de expresión (pregúntenle, si no, a Ciro Gómez Leyva o a Carlos Marín), abomina las instituciones democráticas y desprecia el Estado de Derecho, desdeña la división de poderes, prefiere los usos y costumbres a la ley, se opuso a la ley de sociedades de convivencia que habría dado estatuto legal a parejas homosexuales, es partidario de las votaciones a mano alzada en la plaza en lugar del sufragio libre, individual y secreto, desea la omnipresencia del gobierno en la vida económica, favorece los arreglos corporativistas y mercantilistas, supone que todo el poder debe recaer en una persona (él, casualmente), y le importa un pepino la Constitución.

Así las cosas, si esa es la “izquierda”, yo no tengo ningún empacho, siendo verdaderamente liberal, en que me bauticen como “derechoso”. He dicho.