Las largas filas que se deben hacer para adquirir un servicio son típicas de conciertos, partidos de fútbol, del Seguro Social, de bancos. ¿Por qué ocurren?
Cuando un
individuo entra en un almacén para adquirir un bien, ¿cuál de las siguientes preguntas
es la correcta?: ¿Cuánto cuesta este artículo? ¿Cuánto vale este producto?
¿Cuál es el precio o cuánto cobra por este artículo? Esta última es la
correcta. Y es que el precio, el valor y el costo (p.v.c.)
de un bien o servicio son conceptos totalmente distintos.
El precio. En el sistema de especialización e
intercambio (SE&I) primitivo, el que existía
antes de que el ser humano descubriera el concepto del dinero, el precio del
bien A era la cantidad del bien B que se debía entregar por una unidad de A;
por ejemplo, cinco litros de leche por un pantalón. En el SE&I
actual, el precio es la cantidad de dinero que alguien cobra por un bien o
servicio. Pero ese monto sigue representando cantidades de otros bienes.
El valor. El valor, en cambio, es el aprecio que una
persona expresa por el bien; es muy subjetivo, pues depende de los gustos,
preferencias y otras circunstancias de cada individuo. Tres individuos pueden
valorar un mismo bien de tres maneras distintas. Para que un intercambio se
lleve a cabo, el valor que le concede el demandante del bien en cuestión tiene
que ser mayor que el precio que cobra el vendedor. Si un individuo valora un
bien en ¢1.000, pero el vendedor cobra ¢3.000 por él; no habrá intercambio.
El costo. Normalmente, el precio cobrado por un bien (o
servicio) solo representa una parte del costo total en que incurre el comprador
para adquirirlo; la otra parte está compuesta por otros costos (costo total =
precio pagado + otros costos). Los “otros costos” pueden tomar diferentes
formas. Las más comunes son el costo de transporte y el costo de espera, ya sea
en largas filas o en largas listas de espera para obtener un servicio.
Un ejemplo
del primero. Cipriano está arreglando su casa y, de pronto, le urge un galón de
pintura. Llama un taxi, el cual le cobra ¢3.000 por llevarlo al negocio y
regresarlo a su casa. En la ferretería, paga ¢5.000 por la pintura. Para
Cipriano, el costo total del galón de pintura es ¢8.000 (¢3.000 + ¢5000).
Las largas
filas que se deben hacer para adquirir un servicio son típicas de conciertos,
partidos de fútbol, del Seguro Social, de bancos. ¿Por qué ocurren? Las largas
filas ocurren porque el precio que se cobra, en lugares y momentos precisos,
hace que la demanda exceda la oferta. Cuando esto sucede, solo quedan dos
caminos: elevar el precio del bien hasta que desaparezca el exceso de demanda o
racionarlo. El racionamiento significa hacer filas interminables e insufribles
para que, al llegar a la ventanilla, le vendan al individuo el máximo de dos boletos
o un kilo de azúcar. Así, el costo total del boleto es: el precio que paga más el
costo del tiempo, el sufrimiento, la incomodidad de hacer la fila. Para el
individuo, este costo es el dato relevante para la toma de decisiones. No es el
precio únicamente. En muchos casos, el precio pagado no representa más que el
20 por ciento del costo total.
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