Durante el sexenio 2000-2006 fue el funcionario público que más decididamente defendió, en las palabras y en los hechos, la vigencia del liberalismo clásico. Sin duda hay una estrecha vinculación entre los espléndidos resultados de su gestión como Secretario de Hacienda y sus sólidas ideas liberales. Las ideas transforman al mundo.
Los principios del
liberalismo representan la mejor guía no sólo para la formulación de políticas
públicas que generen bienestar creciente entre los habitantes del planeta, sino
–aún más importante- la mejor salvaguarda de la dignidad de la persona humana,
constantemente asechada por la perniciosa intromisión de los gobiernos.
La libertad sigue
siendo tanto o más amenazada en nuestros días que en
siglos pasados.
De ahí la
importancia de que existan inteligencias lúcidas e íntegras, aunque sean unos
cuantos apenas, entre los protagonistas de la vida pública.
En numerosas
ocasiones Gil Díaz, como Secretario de Hacienda, proclamó sus convicciones
liberales. Destaco, por su riqueza conceptual, dos de sus intervenciones
públicas: Una, el 30 de junio de 2004, al recibir la gran
orden de la Reforma de la Academia Nacional, A.C. Otra, el primero de
noviembre pasado, con motivo del 60 aniversario de la carrera de economía en el
ITAM, bajo el título “El
legado liberal de Benito Juárez”.
Ofrezco al lector
apenas una cita de cada una de ellas. De la primera:
“Hoy como en el siglo XIX el
auténtico liberalismo es reformador. No pretende destruir lo existente para construir
alguna utopía sobre las ruinas, sino estar atento a los avances del
conocimiento humano para darle forma nueva a la misma sustancia, que eso y no
otra cosa es reformar.
“No se trata
de que el liberal sea un fanático del cambio por el cambio, sino de que está
siempre abierto a todos los cambios que hagan a los hombres no sólo más
prósperos, sino sobre todo más libres.
“Todo esto, porque el liberal
sabe que para el ser humano sin libertad no hay prosperidad que valga la pena”.
De la
segunda:
“Si nos miramos en ese espejo, si
contrastamos nuestra organización económica con los requisitos de un arreglo
liberal, si medimos el tamaño y lo pernicioso de nuestros monopolios, si
meditamos sobre las reglas bajo las cuales se desenvuelven nuestros sindicatos,
si hacemos cuentas de la cantidad de subsidios y la forma como alteran nuestro
comportamiento, si enumeramos y estudiamos las numerosas trabas a los negocios
y a la inversión, si reconocemos la anarquía en la que se desenvuelven las
actividades económicas en las calles y en las banquetas, entonces podremos
entender cómo nuestro atraso no tiene que ver con la adopción del modelo neo
liberal, o de la economía de mercado, o de esa caricatura apodada Consenso de
Washington. Podremos conocer también la enorme distancia que nos separa del
ideal liberal y del potencial que estamos dejando pasar”.
EntrarTanta sociedad como sea posible, tanto gobierno como sea necesario.