El progreso de occidente no se logró con políticas de bienestar social sino con un creciente y abierto mercado que premia la iniciativa emprendedora y donde ambos, vendedor y comprador, siempre salen ganando.
Miami (AIPE)- Aplicar la multiplicidad de regulaciones, controles y
leyes de los países desarrollados a países pobres de América Latina significa
condenarlos para siempre a la miseria. La razón es que esa maraña de rígidas y
costosas disposiciones del primer mundo impediría ofrecer empleo a más de una
mínima fracción de la población del tercer mundo –condenando a la mayoría a
permanecer en el sector informal– y también reduce las
utilidades empresariales que, al reinvertirse, generan nuevos puestos de
trabajo.
Suenan muy loables las disposiciones sobre ventilación, alumbrado y
comodidades del ambiente laboral, salario mínimo, limitar el horario de trabajo,
extender las vacaciones, ofrecer cobertura médica, no permitir que trabajen los
jóvenes en edad escolar, dar permisos remunerados por múltiples motivos,
reducir la competencia a través de licencias oficiales para decenas de
diferentes ocupaciones (desde enfermeras y plomeros hasta taxistas y peluqueras),
además de la imposición de reglas sobre retenciones de impuestos, jubilaciones,
despidos, etc.
El problema es que en los países pobres, por definición, hay
insuficiente capital invertido, la
capacitación técnica es escasa, las oportunidades de empleo en la
economía formal son limitadas, mientras crecen los mercados negros y la
informalidad. En esos países, la agricultura suele ser el principal empleador,
pero cada día se dificultan más las exportaciones agrícolas debido a los
subsidios y proteccionismo de Europa y Estados Unidos, donde los políticos
rechazan el libre mercado cuando están de por medio el apoyo y las donaciones
electorales de la agroindustria. Todo eso tiende a aplastar a los países
pobres, con los que además se intenta “nivelar el campo de juego”, que en
realidad significa condenarlos a seguir siendo pobres para siempre.
Si estudiamos un poco de historia económica nos damos cuenta que con las
actuales disposiciones, leyes y regulaciones vigentes en Holanda, Inglaterra, Estados
Unidos y Alemania –países donde primero floreció
Una de las peores tragedias contemporáneas es el mal uso del poder político
y económico de los organismos
internacionales en imponer costosas legislaciones sociales que impiden el
desarrollo económico de los países pobres y terminan perjudicando a los más
débiles.
Hace 100 años, todos los días desembarcaban inmigrantes muy pobres en
ciudades norteamericanas como Nueva York. Todos sus
haberes los traían en una pequeña maleta y a los pocos días estaban apiñados, trabajando
en algún oscuro y mal ventilado local: las mujeres cosiendo y los hombres ensamblando
artefactos y otros bienes. Apenas aprendían inglés y adquirían nuevas
habilidades saltaban a un trabajo mejor remunerado. Sus hijos y nietos fueron a
la escuela, escalaron posiciones y algunos de ellos están hoy en la política
tratando de evitar que lleguen nuevos inmigrantes.
Lamentablemente, en las escuelas no se enseña que
El progreso de occidente no se logró con políticas de bienestar social
sino con un creciente y abierto mercado que premia la iniciativa emprendedora y
donde ambos, vendedor y comprador, siempre salen ganando o la transacción no se
hace. No es “políticamente correcto” explicar esto ni tampoco enseñarlo en las
escuelas, donde se aprende que todo adelanto se debe a la magnanimidad de
políticos y burócratas.
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EntrarTanta sociedad como sea posible, tanto gobierno como sea necesario.