Lo que he venido discutiendo en estos Pesos y Contrapesos no es la decisión de la mujer que aborta, sino la intención de ciertos legisladores para continuar legalizando el aborto, dependiendo de ciertas causales, muestra de que para ellos el derecho a la vida no es algo absoluto sino algo relativo, que depende de las circunstancias, lo cual supone que los legisladores, como si fueran Dios, deciden cuando sí, y cuando no, se puede atentar contra la vida del ser humano, que lo es, no al momento de nacer, sino al momento de la concepción.

Insisto en lo ya dicho. ¿Qué otra cosa, sino un ser vivo, es el óvulo fecundado por el espermatozoide? ¿Y qué otro tipo de ser, sino humano, es el óvulo de una mujer fecundado por el espermatozoide de un hombre? Entonces, ¿implica o no el aborto la muerte del feto abortado, independientemente, uno, de las condiciones de la concepción, que puede ser el resultado de una relación sexual voluntaria o de una violación; dos, de la situación anímica, física y/o económica de los padres; tres, de la condición física y/o mental del feto, trilogía en la que se sintetizan las causales del aborto?

Si la legalización del aborto es grave, su despenalización solamente en ciertos casos resulta peor, ya que parte de la distinción entre seres humanos de primera y de segunda, entre seres humanos que sí tienen derecho a la vida, y otros que no lo tienen, no por no ser seres humanos, sino por ser seres humanos distintos, por ejemplo: por alguna anomalía genética o congénita, distinción que hicieron, desde los espartanos hasta los nazis, con los resultados que ya conocemos.

Grave que las mujeres recurran al aborto, cuando siempre existe, en última instancia, la posibilidad de dar en adopción al hijo no deseado, alternativa que no es una acción delictiva por su propia naturaleza, como sí lo es el aborto. Pero más grave resulta su legalización, que no es otra cosa más que la legalización del asesinato, y sobre todo su legalización en determinados casos, lo cual supone reconocer y garantizar el derecho a la vida (pongo el mismo ejemplo por considerarlo el más claro) a los seres humanos que desde el vientre materno son sanos y fuertes, “normales”, pero no a aquellos que, en ese mismo vientre, son débiles o enfermos, “anormales”, como si la esencia humana dependiera de la salud y la fortaleza, tanto del cuerpo como de la mente. Más de un lector podrá decir que no sé de lo que estoy hablando, que no sé lo que significa ser padre de un hijo con discapacidad física, y que escribo sin conocimiento de causa. No, sí lo sé, y ello ha sido una de las granes bendiciones de mi vida.

Me queda claro que, con legalización o sin despenalización, mujeres habrá que sigan abortando. No ha sido ese el tema de estos Pesos y Contrapesos, sino la crítica a la intención de seguir ampliando las causales del aborto, crítica que he hecho, insisto en ello, no como católico, creyente y practicante, que lo soy, sino como liberal, es decir, como alguien que cree que la primera tarea del Estado y sus leyes es reconocer y garantizar el derecho a la vida de todos, sin excepción, por principio. De acuerdo, dirán muchos, inclusive uno que otro liberal, pero en qué momento empieza la vida del ser humano. A ellos los remito, de nueva cuenta, a las siguientes reflexiones. ¿Qué otra cosa, sino un ser vivo, es el óvulo fecundado por el espermatozoide? ¿Y qué otro tipo de ser, sino humano, es el óvulo de una mujer fecundado por el espermatozoide de un hombre?