En México, según la información proporcionada en el más reciente Informe sobre Desarrollo Humano, el ingreso “concentrado” por el 10 por ciento de las familias más ricas es 24 veces más que aquel que “concentra” el 10 por ciento de las familias más pobres, desigualdad que no es de concentración del ingreso sino de generación del mismo, distinción importante porque uno es el camino para acabar con la desigualad, y otro aquel que lleva a superar la pobreza, lo cual supone que desigualdad y pobreza no son lo mismo, tal y como lo muestra el siguiente ejemplo: tomando en cuenta a los cien hombres más ricos del mundo, el 10 por ciento más rico (con una riqueza promedio de 34.7 miles de millones de dólares) es 4.5 veces más rico que el 10 por ciento menos rico (con una riqueza promedio de 7.7 miles de millones), existiendo una desigualdad considerable entre el primer y el segundo grupo, pero no siendo ninguno de ellos pobre.

Ojo: una cosa es la desigualad y otra la pobreza, no son sinónimos, y un país con un bajo índice de desigualdad puede presentar un elevado nivel de pobreza. Según el Informe sobre Desarrollo Humano, ¿cuál es el país menos desigual, al menos en materia de ingreso? Azerbaiyán, nación en la cual los ricos “concentran” solamente 2.6 veces el ingreso que “concentran” los pobres. ¿Pero es Azerbaiyán un país rico? ¿Cuál es su ingreso por habitante? 2 mil 336 dólares anuales, en 2006. ¿Mucho o poco? Comparemos: el ingreso por habitante en México fue, el año pasado, de 8 mil 066 dólares, 3.5 veces mayor que el de Azerbaiyán, sin olvidar que México dista mucho de ser un país rico, tal y como lo muestra el siguiente dato: el ingreso promedio de los diez países más ricos fue, en 2006, de 56 mil 035 dólares anuales, con Luxemburgo en primer lugar – 87 mil 995 – y Holanda en el décimo – 40 mil 571 -.[1]

Una cosa es la desigualad y otra la pobreza, pese a lo cual a la mayoría de los pobretólogos les preocupa más la primera que la segunda, lo cual es un error porque unas son las medidas para acabar con la primera y otras las destinadas a terminar con la segunda, afirmación que me sirve para retomar este escrito en el punto en el cual lo dejé en la primera entrega: ¿cómo terminar con la desigualdad? Respuesta: dividiendo el ingreso generado por todos entre cada uno, para lo cual se requiere de un gobierno lo suficientemente arbitrario como para realizar, no la división, pero sí la redistribución igualitaria del ingreso, que, ¡obviamente!, sería igualitaria pero igualmente injusta, desde el punto de vista de la moral y el derecho, e igualmente ineficaz desde el punto de vista de la economía. Veamos lo que resultaría de esa redistribución igualitaria del ingreso.

En el 2006 el ingreso generado en México sumó 9 billones155 mil 490 millones de pesos. Por su parte la población sumó, más o menos, 104 millones 296 mil 022 personas. Hechas las operaciones aritméticas necesarias obtenemos un ingreso anual por habitante de 87 mil 784 pesos, equivalente a 7 mil 315 pesos mensuales por persona. Esta es la cantidad de dinero que, de haberse llevado a cabo una redistribución igualitaria del ingreso, nos hubiera tocado a cada uno, mucho más de lo que muchos generan y reciben al mes, pero también mucho menos de lo que se requiere para ahorrar e invertir, binomio ahorro - inversión que es la clave del progreso económico, mismo que, con un nivel de ingreso mensual de 7 mil 315, se vería seriamente disminuido, limitando en la misma proporción las oportunidades para conseguir más empleos y mayores ingresos, dicho lo cual repito la pregunta hecha en la primera entrega: entre justicia social y trabajos productivos, ¿cuál es el camino correcto, aceptando que éste es, no el que lleva a la igualdad entre todos, sino al bienestar material de los pobres?