Primero, el género. ¿Es masculino porque se trata de un impuesto o es femenino porque, como su nombre lo indica, es una contribución? Habremos de ponernos de acuerdo en el género –que no sexo- de esta criatura novedosa, pero eso es detalle accidental que habrá de dictar la vereda que caprichosamente, como suele hacer, tome la costumbre.

Segundo, la novedad. Quienes saben de impuestos, que no son tantos como los que presumen saber, ya se dieron cuenta que tienen que habérselas con una criatura que rompe un paradigma: No grava las rentas o utilidades de las empresas –ni de las personas con actividad empresarial– como lo hacen los típicos impuestos sobre la renta, sino algo así como la utilidad de operación menos las inversiones nuevas o de reposición de activos más lo que se ha erogado por salarios (neto de impuestos ya pagados o retenidos sobre los mismos y neto de subsidios y créditos fiscales a los mismos salarios), lo cual nos da una base gravable de veras amplia. No lo sé de cierto, pero me parece que éste gravamen ha sido ideado más por economistas, que por contadores o por abogados. Lo cual no tiene nada de malo, sino que le aporta, al final del día, simplicidad y eficacia. Digo lo anterior, porque es un impuesto que se entiende muy bien en términos macroeconómicos –por ejemplo, a partir de la ecuación que nos dice que el ingreso menos la inversión es igual al consumo– diciendo, como hizo Isaac Katz, que grava el valor añadido pero en los factores de la producción, no en el consumo final como lo haría el típico impuesto al valor agregado.

Por otra parte, el tratamiento especial que se le da al pago de los salarios –la deducibilidad de los impuestos al salario que retiene la empresa más el crédito al salario y el subsidio al empleo para los salarios más bajos de la escala- le quita todo sesgo contrario al empleo, especialmente para aquellas empresas que emplean mucha mano de obra no calificada o de bajos ingresos (por ejemplo: un “call center”) y que requieren de poca inversión en bienes de capital. Es decir, tiene un efecto neutro sobre el empleo. (Sin embargo, como veremos más adelante, en el mediano y largo plazos, y en el conjunto de la economía, dado el sesgo favorable que tiene el impuesto hacia la inversión en bienes de capital, deberá propiciar la creación de empleos de calidad asociados a la capacidad y destreza en el uso de tecnología).

Hasta aquí, el análisis lo hemos hecho como si fuese un impuesto aislado o sustitutivo del impuesto sobre la renta. En esos términos y dada la tasa única ofrece muchas semejanzas virtuosas con un “flat tax”. Sin embargo, no es un impuesto aislado y no sustituye al ISR, sino que interactúa con este último impuesto y hasta se trata, jurídicamente al menos, de una especie de gravamen subordinado al ISR, ya que la CETU existe en función del ISR y no a la inversa. No es pues equiparable a un “flat tax” –y de paso habría que advertirle a muchos analistas instantáneos que Irlanda, por ejemplo, no tiene un “flat tax” sino un impuesto sobre la renta para las empresas con una tasa muy baja (12 por ciento) que, para efectos prácticos, es una tasa única, al igual que hoy México tiene un ISR para las empresas de virtual tasa única todavía competitiva (quién sabe por cuanto tiempo) de 28 por ciento.

Los diseñadores de esta propuesta de reforma en México, en este sentido, fueron cautelosos y no se atrevieron a sustituir de golpe el ISR por la CETU, y tal vez tuvieron razón porque de haberlo hecho a más de tres grandes corporativos mexicanos les hubiera dado un ataque, ya que no es cualquier cosa pasar de la noche a la mañana de un sistema que incentiva el endeudamiento de las empresas y tiene cierto sesgo contra las inversiones en bienes de capital –como es el actual ISR combinado con el impuesto al activo- a un sistema en el que se premia la inversión y se desincentiva el excesivo apalancamiento. Quedó pues como un impuesto de control que servirá para que no se abuse de las deducciones y de otros tratamientos especiales que tiene el ISR.

Aventuro que más temprano que tarde habrá una considerable presión para que la CETU desplace al ISR, pero esto sólo es una conjetura y seguramente los funcionarios de Hacienda se rehusarán a hacer especulaciones al respecto; primero tienen que sacar este reforma adelante y sólo cuando la CETU empiece a dar resultados –no sólo en términos de recaudación, sino de incentivos a la productividad de la economía- se plantearán esa posibilidad.

Por lo pronto, una mayoría de empresas, entre las pequeñas y medianas sobre todo, verá –al hacer los cálculos- que su CETU sale menor, en pesos contantes y sonantes, a su ISR… y al tener que pagar el ISR (porque se paga la cantidad que resulte mayor de los dos cálculos: ISR y CETU) se preguntarán por qué esta reforma no fue más audaz y generosa con ellas y les dejó sólo la CETU, más fácil de calcular y con muchos menores costos y controles administrativos.

Pero, del otro lado, en muchas grandes empresas o grupos corporativos el efecto será el contrario: el cálculo de la CETU que les correspondería pagar aún a la tasa del 16 por ciento que sería la inicial en la transición –más todavía, por supuesto, a una tasa de 19 por ciento que sería la final según la propuesta- resultará más alto que el ISR a una tasa de 28 por ciento.

Por eso, por cierto, tendrá un efecto recaudatorio pegándole sólo a una minoría de empresas, porque esa minoría será de empresas con gran potencial contributivo.

Y esto porque aquí hay otra ecuación muy sencilla que conocen muy bien los asesores fiscales de las grandes empresas: una base gravable muy erosionada, como la del ISR en México, mata casi cualquier tasa impositiva. Del otro lado de la barandilla, los diseñadores de impuestos también conocen la formulita y saben que, al final del día, sobre todo cuando se trata de gravar a grandes corporaciones con capacidad de realizar una refinada planeación fiscal, la tasa nominal del impuesto es casi irrelevante si la base gravable está muy erosionada.

Desde el punto de vista económico la CETU tiene un potencial muy amplio: de aprobarse servirá en el corto plazo para darle un fuerte golpe a la elusión fiscal de las grandes ligas –recuérdese que la consolidación, por ejemplo, no se aplica en el caso de la CETU, sino que cada unidad, cada empresa, se calcula independientemente- y aumentar la recaudación (en una de esas nos llevamos una sorpresa y resulta que las estimaciones de Hacienda se quedaron cortas y este gravamen de control resulta más efectivo; no lo sabemos y dudo que alguien pueda prever con exactitud la magnitud de los efectos de la CETU en términos de recaudación). Pero a mediano y largo plazos sospecho que incentivará la colocación de acciones (no de bonos e instrumentos de deuda) de más empresas en el mercado de valores porque el gravamen premia la inversión y castiga la deuda –en términos relativos, por supuesto- y ello, también, contribuirá a tener más emisoras en la bolsa de alta bursatilidad, porque no se tratará, como en el caso de muchas empresas de control familiar en México, de colocar un porcentaje mínimo de acciones en la bolsa para recibir beneficios colaterales pero mantener un férreo control, sino de buscar de veras capital y socios en los mercados financieros.

También servirá este gravamen para que nos empecemos a acostumbrar en México a una de las reglas de oro del capitalismo: Dar rápida sepultura a las aventuras empresariales que, sometidas a la dura prueba de la competencia en los mercados, se revelan como inviables; durante décadas en México hemos rescatado –muchas veces con dinero público- malos proyectos empresariales con los más variados pretextos: que porque son estratégicos, que porque hay que salvar los empleos, que porque hay que darles otra oportunidad. Ejemplos: Compárese la relativa rapidez y facilidad con que quebraron Enron, Worldcom y varias líneas aéreas en Estados Unidos y la supervivencia, tras múltiples rescates, de muchas empresas en México –siderúrgicas y líneas aéreas, entre otras- que siguen sin dar el gran salto a la competitividad y no pueden vivir sin muletas ni sillas de ruedas.

Pero quizá, y lo admito, me estoy adelantando. Por lo pronto, confieso que me gustan mucho la creatividad y el ingenio que se adivinan en este nuevo gravamen y que me gustaría, por todas sus bondades, que a la larga desplace al ISR y se generalice el equivalente a la CETU también para las personas físicas. Así nos acercaríamos de veras al ideal de los impuestos bajos y parejos.

Un último comentario al margen: Se necesita ser un pelmazo –o un mentiroso contumaz- para decir, como Andrés Manuel López Obrador lo ha hecho, que esta propuesta de reforma tributaria le pega a los pobres y beneficia a las grandes empresas. El iluminado quiere imponerle sus necedades a todo el PRD, pobrecitos de los perredistas si le siguen la corriente, darían un paso adelante… pero hacia el abismo. Habrase visto: La “izquierda” defendiendo a los grandes beneficiarios del mercantilismo.