La democracia es un sistema en permanente reforma; sólo las tiranías, surgidas de idealismos totalizadores, se resisten a reformarse y sólo los fanáticos, intoxicados igualmente de idealismo totalizador, repudian el reformismo y exigen revoluciones definitivas, que resuelvan todo de la noche a la mañana.
Una de las grandes enseñanzas de Karl Popper, útil tanto para el
científico a la búsqueda de la verdad como para el político a la búsqueda de
mejores arreglos institucionales para la vida social, fue la prevención contra
el idealismo platónico y hegeliano que propone soluciones holísticas
o totalizadoras, definitivas.
La tentación revolucionaria surge de la
superstición idealista de estirpe platónica: Hay un mundo de ideas y arquetipos
perfectos y bastaría con que alguien lo establezca en la vida social para que
reinen la paz, la armonía, la justicia perfectas. Un
gran mérito filosófico de Popper fue justamente
revelar cómo Hegel –abuelo común del marxismo y del
neopositivismo- es el eslabón intelectual entre Platón que proclamaba la
tiranía de los sabios como el gobierno perfecto y los atroces totalitarismos
que el mundo padeció en el siglo pasado.
Dando un salto de la filosofía a la vida
pública cotidiana encontramos la expresión de ese idealismo totalizador en la
retórica grandilocuente de no pocos políticos del todo o nada. Matizada, esa
misma grandilocuencia está en quienes siempre encuentran motivos de rechazo
hacia cualquier intento de reforma sea porque les parece lleno de
imperfecciones, sea porque se les antoja tímido o parcial, sea porque no se
aviene con un mundo abstracto de esencias ideales e inmutables.
A veces, incluso esas pretendidas esencias
inmutables –por ejemplo: “soberanía nacional” o “identidad nacional”- se acaban
revelando como auténticas patrañas cuando las confrontamos con la realidad.
Al discutir una reforma, como la reforma
fiscal, sería muy provechoso que no se olvidasen estos dos sencillos
principios: 1. Dada nuestra incapacidad de abarcar de un solo golpe toda la
realidad, está en la naturaleza de la democracia reformarse continuamente, como
quien procede por aproximaciones o, incluso, por ensayo y error, y 2. Dado que
no hay, aquí en la tierra, reformas últimas, definitivas y perfectas la
pregunta no debe ser si tal o cual reforma nos lleva directo al paraíso –ninguna
lo hace- sino si significa un avance o un retroceso. La grandilocuencia sólo
estorba.
EntrarTanta sociedad como sea posible, tanto gobierno como sea necesario.