Mucho presumen los gobiernos sus tratados de libre comercio, no siendo el mexicano la excepción, gobierno que ha negociado, en los últimos años, tratados de libre comercio con 42 naciones, ocupando así el primer lugar mundial, seguido de Chile. De entre todos esos tratados destaca el TLC con Estados Unidos y Canadá, por el cual se ha logrado, entre las tres naciones, un comercio más libre, pero de ninguna manera el libre comercio. Distingamos: una cosa es un comercio, entre personas de distinta nacionalidad, con menos trabas impuestas por los gobiernos, y otra el libre comercio, por el cual personas de distinta nacionalidad intercambian mercancías sin que los gobiernos impongan ningún obstáculo. El comercio entre mexicanos y estadounidenses, sobre todo a partir del TLC, ¿se lleva a cabo en plena libertad, o solamente de manera más libre?

La respuesta a la pregunta es solamente de manera más libre, y la mejor muestra de ello es el recientemente firmado, entre los gobiernos estadounidense y mexicano, Plan Estratégico Aduanero Bilateral, cuyo objetivo es lograr un mejor funcionamiento de las aduanas, fortaleciendo la coordinación y cooperación entre las autoridades aduaneras de ambos países. Habiendo aduanas de por medio, ¿se puede afirmar que existe libre comercio? No, de ninguna manera. En todo caso puede existir una relación comercial, entre los nacionales de ambos países, menos limitada que la que existía antes, pero de ninguna manera el libre comercio, que exige que los gobiernos no impongan ninguna traba que limite, y mucho menos que elimine, el comercio entre personas de distinta nacionalidad.

La aduana, independientemente de cómo funcione, es el arma más conspicua de los enemigos del libre comercio, que van desde los radicales, que opinan que el intercambio de mercancías entre personas de distinta nacionalidad debe ser eliminado, defensores del nacionalismo económico a ultranza, hasta los moderados, que consideran que no hay que llegar al extremo propuesto por los radicales, pero convencidos de que las relaciones comerciales entre oferentes y demandantes de distinta nacionalidad deben limitarse, siendo abogados de un nacionalismo económico  moderado. En ambos casos lo que se manifiesta, recordando a Fromm, es el miedo a la libertad, a la libertad para que, en el caso que hoy me ocupa, mexicanos y estadounidenses intercambien sin que, en mayor o menor medida, de una u otra forma, los gobiernos intervengan. Y de que intervienen, ¡intervienen!, y la mejor muestra son las aduanas en ambos lados de la frontera, mismas que salen a relucir por el mentado Plan Estratégico Aduanero Bilateral.

¿Por qué no puede ser el comercio entre texanos y neoleoneses igual al que se da entre neoleoneses y coahuilenses, siendo el segundo mucho más libre que el primero? No puede serlo porque los gobiernos no permiten que lo sea, limitando la libertad de texanos y neoleoneses para cambiar entre ellos, con todo lo que ello supone, comenzando, precisamente, por la limitación de la libertad para comerciar, comercio que, por no ser una actividad delictiva, debería estar total y definitivamente permitido por los gobiernos, algo que, desafortunadamente, no sucede, lo cual no solamente limita la libertad, cuestión grave, sino también las posibilidades de un mayor bienestar material, cuestión no menos grave que la anterior.

Si (realmente) estuvieran a favor del (verdadero) libre comercio, los gobiernos de México y Estados Unidos deberían de haber firmado, no el Plan Estratégico Aduanero Bilateral, sino el Plan para la Abolición de las Aduanas y para Garantizar la Libertad de Comercio. Cualquier otra cosa supone un comercio más libre, pero no el libre comercio. Y el ser humano no debe conformarse con menos que esto último.