Churchill llamó The hinge of fate a la victoria de Montgomery sobre Rommel y su Deutsches Afrika Korps en El Alamein (1942). Ese gozne del destino, que inició una imbatible cadena de victorias aliadas, marcó según ese tomo de las memorias de Sir Winston algo a lo que se refirió así:

Este no es el fin. Tampoco es el principio del fin. Es, si acaso, el fin del principio.

Veo en estos momentos otro gozne en el destino del mundo, y confirmo lo que escribí aquí en diciembre de 2006, sobre el naciente 2007:

Este año será, en palabras de un pensador que mucho sigo y más respeto, una cúspide; un punto de quiebre para la humanidad. “En las décadas por venir la gente mirará a este año y dirá que este es el tiempo en que todo cambió. No significa el fin de las hostilidades, pero si el principio del fin.”

El terremoto de Lima, o los caribeños huracanes, palidecen ante la importancia de la conflagración económica que estamos empezando a vivir. Ésta tiene un color: verde dólar.

Esa moneda universal no se basa en algo que valga de por sí, como no sea el papel de algodón en que están impresos los billetitos que ese país exporta a cambio de mercancías reales, y que medio mundo (ojo: ya no todo el mundo) usa para sus reservas. El valor del dólar es sólo uno: el que alguien cree que tiene. Los gobiernos y personas que compran valores emitidos por el gobierno gringo suponen que sus dineros están seguros. La gente usa dólares como reserva de valor porque cree en ellos. Cree. Les tiene fe. Punto.

El dólar no se fundamenta en valor propio (ejemplo, oro o plata), sino en fe. Endeble base. Es una moneda fiduciaria (la raíz latina de fe es fiducia) que intercambia y acumula emociones, imaginaciones, ilusiones y opiniones.

Es un juego que todos jugamos. El punto del juego es mantener y acrecentar valor, y la gente, mal que bien, sigue teniendo fe en que el dólar deposita valor. Chinos y japoneses sostienen con sus inmensas reservas los cada día peores déficits de las grandes cuentas nacionales gringas y el desastre de sus bancos, hipotecarias y pirámides. Mientras ellos y muchos más sigan jugando el juego, éste podrá seguir su curso. ¿Pero hasta cuándo?

Los jugadores (no los financieros, sino los de dominó) saben que a veces una ficha tira a otra, hasta que todas caen sobre el tapete verde. Y los mercados, así como el gobierno de Estados Unidos, han llegado a niveles de desorden y desequilibrio propios de una república bananera.

Hoy son las hipotecarias; en los ochentas fueron los bancos, que prestaron dinero a los que un amigo llama ninjas (no income, no job, no assets). La prudencia financiera ha estado de vacaciones. Los valores que se miden en los mercados se han parecido más a los que se juegan en los tapetes verdes: los de la fe, los de Las Vegas, aderezados con inventos piramidados unos encima de otros de forma asaz imaginativa; esos valores virtuales lejanos de los valores reales han construido (perdón, Joan Manuel) todo tipo de mundos sutiles, ingrávidos y gentiles como pompas de jabón. Que siempre se revientan.

Este es el gozne de la historia contemporánea. La gran prueba que vivirá el mundo, quebrando un mercado virtual tras otro. Toda calma preludiará una nueva caída. Es el fin del principio de una catarata de quiebras y derrumbes; será 2007 el año en que todo comenzó.

Es, también, una oportunidad de plata para este país, cuyo sistema financiero se ha manejado (luego del quiebre de 1995) con más prudencia que el gringo (salvo por nuestra suicida sujeción al dólar). El gozne de nuestro destino futuro es de plata.

La propuesta es sencillísima y de una obviedad implacable: que las onzas Libertad de plata sólida tengan poder liberatorio paralelo al de la moneda nacional, pero no por un valor grabado en ella y referido a la moneda de papel, sino por un valor declarado, inicialmente basado en el contenido de metal fino, y que no pueda reducirse, pero sí aumentar.

Con esto se distingue el valor de una moneda, del valor de la plata mercancía, que puede subir o bajar. Inscribir en la onza “X pesos”, ligando su valor al de la moneda fiduciaria, acaba siempre fracasando porque el metal valdrá más como tal que como moneda.

¿Qué mayor obviedad para esta propuesta, que ser México el primer productor de plata en el mundo? La hizo originalmente Hugo Salinas y ha sido aceptada por prácticamente todo el mundo, salvo por Guillermo Ortiz, autónomo gobernador del Banco de México. Sus objeciones (las trataré en otra ocasión) contradicen su fama de inteligente. La única “justificación” en contra de esta propuesta serán los intereses imperiales color dólar.

Sin embargo, en algún momento habrá suficiente presión para que los detractores rectifiquen. Estamos en el vestíbulo de una debacle económica mundial. La única protección ante tal catástrofe no está en los inventos financieros, el crédito, los derivados y las marrullerías piramidadas que inventan dinero sin valor. En cuestión de moneda, los metales finos volverán a prevalecer, aunque a muchos les parezcan “anticuados”. Hay que leer un poco de historia para aprender que los verdaderos valores son siempre los mismos.

Nuestro puente hacia el futuro es de plata. Guillermo Fárber habla así de él:

Un puente de plata que conecte las dos dimensiones en que el hombre se ha desgarrado durante demasiado tiempo, pero especialmente en el siglo XX. La dimensión de la economía real, el mundo de las cosas tangibles impuesto por la Naturaleza y dentro de la cual se desenvuelven nuestros afanes materiales; y la dimensión de la economía financiera, abstracta, etérea, impuesta por la megalomanía humana y dentro de la cual el hombre ha llegado a esclavizarse a sí mismo como ente de razón, mera especulación de sus especulaciones.

Luego del quiebre y quiebra que aparecen en este 2007, anunciados desde hace mucho; ahora que las cosas están comenzando, y en este tiempo a partir del que todo estará cambiando, tenemos la oportunidad de abrir ese puente. El gozne del destino en este tiempo decisivo es, para México y para el mundo, un gozne de plata.