Negro se traduce a “black”. Me recuerda al ambiente político en este país nuestro: es el color de las hormigas. Las derivaciones de black son muchas y significativas. Y no toco la corrección política de llamar afroamericano al negro sino a derivaciones y yuxtaposiciones de ese vocablo en el rico idioma inglés.

La primera es blackmail. Chantaje. Según algunos malpensados, la práctica de buena parte de nuestro “H” Congreso, al expresar una clara disyuntiva: si quieres más dinero, despides a los consejeros del IFE (sin haberles probado nada, ni haberlos sometido a juicio; sin informarles por qué se les sube al cadalso, ni darles derecho de audiencia; conculcando garantías y perjudicando retroactivamente, diga lo que diga la Constitución: para modificarla están ellos y nadie está encima de ellos, ¡faltaba más!). Y los chantajistas dicen que ese condicionamiento no es chantaje. No. Claro.

Un apagón es un blackout. No me refiero a la práctica cotidiana de un ente llamado Luz (sic) y Fuerza (sic) del Centro, industria de temporal que, a diferencia de las tierras de temporal, se arruina cuando llueve. Pero los peores apagones son el blackout de la inteligencia y de la capacidad política.

Un blacktail no es —aunque así suene— un diputado de rabo negro o cola pisable, sino un tipo de ciervo, Odocoileus hemionus. “Ciervo mula”, lo llaman también, lo cual obviamente no alude a nadie en especial.

Blackwater fever indica una grave clase de paludismo que mata rapidísimamente, pero no las esperanzas de los ciudadanos sino las células del cuerpo (y produce orina negra).

El término blackball evoca desde el siglo XVIII una especie muy cara a nuestros políticos, y me refiero a una especie de fraude electoral: meter en secreto una bola negra en una urna, para evitar que entre allí un voto “legítimo” (perdón por usar esta desprestigiada palabra).

El blackdamp es un gas asfixiante, con un alto contenido de dióxido de carbono, propio de ámbitos cerrados, no ventilados y muy poco salubres (claro que no hablo de las cámaras legislativas, sino de las minas).

Blackhead es una enfermedad infecciosa que afecta a los guajolotes: se les decolora la cabeza (no está registrado que se les afecte su inteligencia).

Blackjack no sólo es un socorrido juego de nuestros patriotas líderes sindicales, secretarios de finanzas o chinos amenazados con cuello. También era la insignia negra de los piratas; y no sé por qué se me viene a la mente la imagen de Rafael Cardona, que ve los pronunciamientos diputadiles por descabezar al IFE, como pactos de sangre entre corsarios.

Una más es blackguard: pillo, deshonesto, ruin, villano, bellaco, cuatrero, rufián, pícaro, taimado, delincuente, maleante, ratero, bandolero, tunante, estafador, bandido, rata, malhechor, caco, truhán; se usa así desde el siglo XVI en Inglaterra. Quizá algún malpensado suponga (con toda falta de respeto) que son blackguards ciertos “H” legisladores. Sí, esos que en las encuestas de opinión figuran (según Mitofsky) en los más altos niveles de aprobación popular (siempre y cuando se elimine de la lista a todos los demás: el Ejército, el IFE, los jueces, la policía, los sindicatos, los partidos políticos…). Y es que los legisladores que quieren apropiarse del IFE no son chantajistas ni bribones. No. Claro.