Hubo un tiempo en que el 1ro de septiembre se vivía una ceremonia cuando menos digna, en que los distintos poderes del país, independientemente de sus diferencias, podían convivir. Hoy vemos una simple comedia de errores, intolerancias y autojustificaciones. Y es una lástima, porque algo muy importante estamos perdiendo en nuestra vida republicana como consecuencia de este deterioro.

Es verdad que nadie quiere el retorno de las ceremonias de la presidencia imperial de antaño. De nada sirve que el día de inicio del primer período ordinario de sesiones del Congreso se convierta en el día del presidente, como sucedió durante tanto tiempo. Pero las encuestas nos señalan que el ciudadano cuando menos añora el respeto que había en aquel entonces.

Hoy las cosas han cambiado pero no para mejorar. Los perredistas censuran al presidente, a quien le impiden dar un mensaje político desde el salón de plenos del Palacio Legislativo, pero después se salen del recinto legislativo para no contaminarse. Y uno se pregunta qué caso tenía tanta insistencia en impedir hablar al mandatario si no se iban a quedar a la ceremonia.

El PRD, por otra parte, lucha durante semanas por mantener su derecho de presidir la mesa directiva de la Cámara de Diputados, privilegio que se le ha negado en varias ocasiones, pero sólo para que la presidenta perredista se ausente de su responsabilidad en su primer día de trabajo. Por otra parte, en un supuesto “error técnico”, el discurso en que la presidenta de la mesa directiva explica por qué no se quedará en su puesto es sacado del aire en la transmisión nacional de televisión. Esto se compensa horas después con una cadena nacional que no tiene más propósito que presentarle a un televidente confuso, el cual se pregunta qué pasó con el programa deportivo o de entretenimiento que estaba viendo, un discurso político sacado completamente de contexto.

El presidente censurado se monta al día siguiente su propia celebración y da un discurso, también en cadena nacional –cosa que no se hacía desde los tiempos de Carlos Salinas de Gortari--, pero sólo frente a sus propios funcionarios y simpatizantes. Los lugares que quedan vacíos en Palacio Nacional, donde se lleva a cabo la ceremonia, son ocupados por burócratas para que no se vean huecos. El nuevo discurso del presidente es un simple informe a la vieja usanza, con una larga lista de logros y cifras que buscan solamente presentar la labor del gobierno en una luz positiva. El mandatario es interrumpido más de una veintena de veces por los aplausos de sus simpatizantes. De momento, parece que estamos de regreso en los tiempos de López Portillo o de Echeverría.

En este juego de intolerancias, censuras y autoelogios se pierde de vista, inevitablemente, el interés de los ciudadanos. Lo que realmente le interesa a los mexicanos es que los políticos negocien y logren acuerdos para construir un mejor país. Esa es precisamente la razón de ser de la política. Los legisladores que abandonan sus curules para no escuchar puntos de vista contrarios a los suyos, o los funcionarios que juegan a dar informes frente al aplauso sólo de sus correligionarios, no hacen nada para lograr estos acuerdos.

De alguna manera hemos pasado del autoritarismo a la anarquía. No debe sorprendernos que, en estas circunstancias, los mexicanos muestren en las encuestas un gran desprecio por los políticos.