Escribió Isaac Katz que al señor López no hay que enjaularlo, sino educarlo. Yo, francamente, paso. Educar a López sería algo más que una tarea hercúlea. Se ha mostrado repetidamente como una entidad refractaria a cualquier tipo de aprendizaje: Es monotemático, es monomaníaco y es monótono. Sus seguidores –que sin duda los tiene y muy fervorosos- padecen al parecer del mismo mal: Dicen siempre lo mismo, se enojan a la primera, alimentan rencores que tal vez se originen en traumas de la infancia o en conflictos existenciales mal resueltos y sólo sueñan con una cosa: Que con López, México por fin se redimiría del pecado de no tener un gobierno de izquierda, lo que quiera que entiendan por eso.

Durante la semana pasada, por ejemplo, le tupieron a López las críticas por su exagerada y delirante oposición a que se le otorgue autonomía a tres organismos financieros y al órgano encargado de la recaudación tributaria. Por supuesto, López no oyó ni una sola de esas críticas y sólo se enloqueció más. Nadie pudo convencerlo de que su cerril oposición a esas autonomías y sus teatrales –histéricas– expresiones de que lo quieren enjaular sólo lo están alejando de los electores indecisos que son los que necesita para ganar la elección. En lugar de tranquilizar a esos electores volátiles que por definición son enemigos de sobresaltos que afecten sus bolsillos y sus patrimonios, López los asusta cada día más. Mal negocio que, por cierto, está aprovechando a placer el impresentable pero astuto candidato del PRI Roberto Madrazo, quien ahora, ni la burla perdona y se exhibe como el campeón de las reformas. El caso es que es inútil: López no entiende razones.

Otro ejemplo de su carácter refractario a cualquier aprendizaje: Le dijeron en todos los tonos sus propios amigos (bueno, el puñado de ellos que sí razona) que necesitaba del concurso de Cuauhtémoc Cárdenas, esa especie de amuleto o de santón reverenciado por la izquierda mexicana, para consolidar su triunfo. No era tarea imposible u oprobiosa cultivar la amistad de Cárdenas y correrle, al menos, la cortesía que merece un tótem viviente tan reverenciado. A lo más que llegó López, ante esas atentas observaciones de sus propios amigos, fue a enviar a su sirviente, un tal señor Cota (ex priísta que posa de presidente del partido) a invitar de mala gana y a destiempo –al cuarto para las doce- a Cárdenas a la toma de protesta de López. Por supuesto, el ingeniero totémico, el talismán de la izquierda, esa especie de estandarte guadalupano de buena parte de los rojelios mexicanos, simplemente dijo que ya tenía otros compromisos. Más aún: Avisó que se reuniría con López en todo caso una vez que haya terminado toda la parafernalia de su consagración como candidato en el Zócalo y una vez que haya concluido el numerito de repartir candidaturas, para que nadie pueda decir que forma parte -ni siquiera remota- de los partidarios de López. Es inútil. López no entiende razones.

Y así podríamos seguirnos con múltiples ejemplos de la cerrazón de López. ¿Acaso puede educarse a tal ejemplar? Yo, se lo repito con todo respeto al excelente maestro de Economía que es Isaac Katz, paso sin ver. Conmigo, para educar orates, no cuenten.