Sucedió lo que tenía que suceder: durante enero, gracias al libre comercio, las importaciones de maíz, tanto del amarillo, como del blanco, se incrementaron considerablemente - 1,888 por ciento en el primer caso, 384 por ciento en el segundo -, cifras ante las cuales un amigo exclamó, “¡Que barbaridad!”, dando a entender que tal aumento, en la importación de maíz, no puede sino perjudicial, exclamación ante la cual yo respondí: “¿Será?”

A quienes opinan como mi amigo, que seguramente son muchos, les pregunto lo siguiente: si resulta malo contar con más cantidad, a menor precio, de alguna mercancía, ¿entonces lo bueno es disponer de menor cantidad a mayor precio? Esa combinación – menor cantidad y mayor precio -, ¿es, partiendo de la escasez, misma que constituye el problema económico por antonomasia, la adecuada? Esa combinación, ¿es la que, ante la restricción presupuestaria que todos enfrentamos, nos conviene, sobre todo tratándose de un alimento, y ante todo tomando en cuenta a los pobres?

¿El que, gracias al libre comercio, hayan aumentado las importaciones de maíz, y el que lo hayan hecho de manera considerable, realmente es una barbaridad? El que todos los productores que utilizan maíz amarillo como materia prima puedan conseguirlo en mayores cantidades, y probablemente a menor precio, ¿es una barbaridad? El que todos los que usan el maíz blanco como materia prima para producir alimentos tengan la posibilidad de obtenerlo en mayores cantidades, y  tal vez a menor precio, ¿es una barbaridad? El que, gracias al libre comercio, cada mexicano pueda, si así le conviene, comprar maíz estadounidense o canadiense, sin que el gobierno intervenga limitando o eliminado ese intercambio comercial, ¿no es ya una ganancia considerable, en términos del respeto a la libertad individual y a la propiedad privada? ¿Todo ello puede ser calificado como una barbaridad?

Además de todo lo anterior no debemos pasar por alto lo siguiente: cada una de las toneladas de maíz importado se pagó, en primera instancia, con el ingreso generado en la producción de bienes y servicios en México y, en segunda (hoy, mañana o pasado mañana), con la exportación de alguna mercancía mexicana. Aquel estribillo de los mercantilistas trasnochados que afirma que si abrimos los mercados internos a la importación de mercancías vamos a terminar importándolo todo sin producir nada simple y sencillamente no es posible, ¡aunque sí muy deseable! ¡Se imaginan poder importarlo todo sin tener que producir, es decir, sin tener que trabajar, es decir, sin tener que generar un ingreso, es decir, sin tener que pagar por aquello que importamos! Desafortunadamente ello es imposible por la simple y sencilla razón de que lo importado hay que pagarlo, razón por la cual, repito, cada tonelada de maíz importado se pagó, en primera instancia, con el ingreso generado en la producción de bienes y servicios en México y, en segunda (hoy, mañana o pasado mañana), con la exportación de alguna mercancía mexicana. ¿Ante todo ello hay que exclamar, ¡que barbaridad!?

Por último recordar que el objetivo del libre comercio es dejar de producir caro lo que se puede importar barato, única manera de economizar, es decir, de hacer el mejor uso posible de los recursos con los que contamos, comenzando con los factores de la producción.