En el último Pesos y Contrapesos afirmé que el objetivo del libre comercio es dejar de producir caro lo que se puede importar barato, y que esa, y nada más que esa, es la única manera de economizar, es decir, de hacer más con menos, de usar, de la manera más productiva y competitiva posible, de entrada, los factores de la producción, productividad y competitividad que benefician más a quienes menos tienen. A los pobres, ¿qué es lo que más les conviene? ¿Muchas tortillas a bajo precio, o pocas a elevado? ¿Lo primero? De acuerdo, ¿y qué se requiere para conseguir esa combinación? Entre otras cosas, pero de manera principal, maíz a bajo precio, para lo cual resulta indispensable que todo aquel que crea conveniente, con el fin de obtener una ganancia, importar el grano, del país que sea, lo pueda hacer sin que el gobierno limite o elimine esa oportunidad.

Se requiere del libre comercio, de la posibilidad de dejar de producir caro aquello que se puede importar barato, libre comercio que, así planteado, lleva a muchas personas a hacerse la siguiente pregunta: y quienes, por obra y gracia de las importaciones, dejarán de producir, ¿a qué se dedicarán? A la producción de alguna otra mercancía en la cual sean más productivos y, por lo tanto, más competitivos, lo cual supondrá, entre otras cosas, que harán mejor uso de los factores de la producción a su disposición, comenzando por su trabajo y su tiempo, lo cual, bien visto, tiene su importancia.

Llegados a este punto no faltará quien, de manera un tanto cuanto irreflexiva, salga con aquello, ya comentado en el último Pesos y Contrapesos, de que con el paso del proteccionismo al libre comercio se corre el peligro de terminar importándolo todo sin producir nada, situación que, ¡muy deseable!, resulta imposible, porque las importaciones hay que pagarlas; porque para pagarlas hay que generar un ingreso; porque para generar un  ingreso hay que producir; porque para producir hay que trabajar, de tal manera que, al final de cuentas, detrás de cada dólar de mercancía importada hay un dólar de mercancía exportada, es decir, de trabajo, producción y generación de ingreso, de parte de quienes consumen las mercancías importadas.

Al contrario, el paso del proteccionismo al libre comercio genera un círculo virtuoso, que se explica de la siguiente manera. Uno: la importación de X permite comprar X, en vez de a diez pesos (precio de X producido internamente), a ocho (precio de X importado). Dos: al consumidor de X le sobrarán, gracias al libre comercio, dos pesos, con los cuales podrá, o comprar alguna otra mercancía (beneficiándose así algún otro productor, nacional o extranjero), o ahorrarlos (por lo cual se le prestarán a alguien que, o los gastará en bienes de consumo, o los invertirá en bienes intermedios o de capital). El paso del proteccionismo al libre comercio, ¿pone en marcha, o no, un círculo virtuoso?, sin olvidar lo más importante: con el libre comercio se reconoce la libertad individual, y la propiedad privada, de los agentes económicos, algo de no poca monta. Frente al proteccionismo, preguntémonos ¿quién es el gobierno para prohibirme que compre, lo que me dé la gana, en donde me dé la gana?

Por último insistir: el fin del libre comercio es dejar de producir caro lo que se puede importar barato, sin olvidar que en México, pese a lo que se ha avanzado, falta mucho para tener verdadero libre comercio, y a una prueba me remito: la calificación que, en materia de comercio, entre personas de distintas nacionalidad, tiene México en el Índice de Libertad Económica de la Heritage Foundation: 7.9 de diez.