Este pasado 18 de marzo se cumplieron 70 años de la expropiación de la industria petrolera. La efeméride ha servido para toda suerte de posicionamientos políticos, pero quizá se olvidan las circunstancias en que se dio el acto en 1938.

Desde 1917 la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos ya le reservaba a la nación la propiedad de los yacimientos del subsuelo. Las empresas petroleras extranjeras, sin embargo, habían mantenido sus operaciones sin problemas desde entonces.

La expropiación --no del petróleo en el subsuelo sino de las instalaciones de las empresas, la mayoría de ellas británicas-- se volvió una necesidad jurídica y política por el desacato de las petroleras ante una decisión de la Suprema Corte de Justicia sobre una disputa laboral con los sindicatos de la industria. El gobierno mexicano simplemente no podía aceptar que una industria, por poderosa que fuera, no aceptara los fallos de los tribunales nacionales.

La Gran Bretaña y Holanda rompieron temporalmente relaciones diplomáticas con México por esta decisión del presidente Lázaro Cárdenas, mas no así Estados Unidos, a pesar de que una de las firmas afectadas era la estadounidense Standard Oil de la familia Rockefeller. El presidente de la Unión Americana, Franklin D. Roosevelt, quería mantener a México de su lado en un momento en que se aproximaba una guerra en Europa, y no le inquietaba demasiado que México le pegara un golpe a una Standard Oil que no había sido muy afín a su gobierno.

Lázaro Cárdenas nunca pretendió evitar alianzas, coinversiones o contratos de riesgo en la nueva industria petrolera mexicana. De hecho, habría que esperar hasta los tiempos del conservador Adolfo Ruiz Cortines para que estas formas de operar se prohibieran. Si hoy Lázaro Cárdenas fuera presidente de México y quisiera aplicar las estrategias que usó en los años treinta, los miembros del PRD lo llamarían traidor a la patria.

Hoy vemos cómo en el mundo entero se ha desarrollado una forma común de operar empresas petroleras. Las coinversiones, las alianzas y los contratos de riesgo son comunes en cualquier lugar. Los montos de dinero que se requieren en la industria petrolera, y los grados de especialización a los que la actividad ha llegado, hacen esto inevitable. En Canadá toda la exploración y explotación es privada, como lo es en Estados Unidos. En Noruega hay una empresa estatal, Statoil, pero no es un monopolio: muchas empresas privadas llevan a cabo actividades por sí solas o en coinversiones con Statoil. En Brasil hay mucha actividad petrolera privada, en tanto que la estatal Petrobras tiene un 70 por ciento de acciones privadas. En Cuba varias empresas canadienses operan con contratos de riesgo.

Hoy, cuando hemos cumplido 70 años de la expropiación petrolera, estamos obligados a entender el pasado, pero también a volver la vista hacia el futuro. Lo que queremos del petróleo es que nos ayude a construir un país más próspero y más justo y no convertirlo en un dogma que sólo sirva para llevar a un nuevo cacique a la Presidencia de la República.