Así, con este nombre, Al final es la palabra, es como bautiza Joseph Roth un escrito con fecha 25 – 26 de diciembre de 1938, mismo que forma parte del libro La filial del infierno en la tierra, recopilación de textos escritos por Roth desde el exilio. En el citado texto Roth escribió lo siguiente: “No se profana la palabra (…) sin profanar el espíritu, la fe, la dignidad, la libertad. Sólo los esclavos esclavizan la palabra. Sólo los enajenados perturban la lengua. Sólo quienes cometen el mal la socavan. No por casualidad los criminales profieren la consigna siguiente: Nada de palabras, ¡acciones!”.

Lo dicho por Roth en torno a la profanación de las palabras, es decir, en torno  al poco respeto con el que se tratan, no respetando su significado y, por tanto, manipulándolas, viene a cuento por la manera en la que, Andrés Manuel López Obrador, las ha venido manoseando, manipulación que, en su caso, pretende la manipulación de personas, todo ello en torno a la supuesta intención, de la derecha, de privatizar PEMEX, intención privatizadora que no aparece en ningún lado, a no ser en la imaginación de López Obrador.

El 18 de marzo pasado, en el evento conmemorativo de los setenta años de la expropiación petrolera, el presidente Calderón afirmó, en público, afirmación que fue reproducida por una buena cantidad de medios, tanto impresos como electrónicos, y que consta en la página de Internet de la Presidencia de la República, que PEMEX no se privatizará y que el petróleo seguirá siendo propiedad de todos los mexicanos (cualquier cosa que eso signifique). Cito: “El petróleo es y seguirá siendo de todos los mexicanos (…) Seguiremos ejerciendo plena soberanía sobre nuestros hidrocarburos (…) Petróleos Mexicanos no se privatizará”. Más claro ni el agua clara, al menos que Calderón sea un hipócrita, que en público dice una cosa, al tiempo que, en lo privado, prepara lo contrario. ¿Será?

Petróleos Mexicanos no se privatizará, razón por la cual, en el marco de la reforma energética, no se ha propuesto dicha privatización, mucho menos si por tal se entiende la venta de PEMEX a los particulares, y así, como la transferencia de una empresa gubernamental al sector privado (según la define el Diccionario de la Lengua Española, de la Real Academia Española, en su vigésima primera edición), debe entenderse la privatización, ¡sobre todo si hemos de entendernos entre nosotros, evitando la profanación de las palabras!

Pero resulta, como todos sabemos, que pese a lo dicho una y otra vez, y al hecho de que por ningún lado encuentra uno, en el marco de las propuestas de reforma energética, la intención privatizadora, López Obrador insiste en que por ningún motivo permitirá que se privatice PEMEX. Cito, del discurso que pronunció, el 18 de marzo, durante la ceremonia conmemorativa del setenta aniversario de la expropiación petrolera, realizada en el zócalo capitalino, y que presidió como “presidente legitimo de México” (otra muestra de la profanación de las palabras): “Ante la amenaza de privatizar la industria petrolera y abrirle la puerta de nuevo a las compañías extranjeras, hemos tomado la decisión, indeclinable, de impedir, con la organización y la movilización del pueblo, la consumación de esta desastrosa felonía”.

Calderón afirma que PEMEX no se privatizará, al tiempo que López Obrador apunta que de ninguna manera permitirá su privatización. Uno de los dos miente, uno de los dos profana las palabras, profanación que, lo dice Roth, profana al espíritu, a la fe, a la dignidad y a la libertad, profanación propia de enajenados. ¿Quién de los dos, Calderón o López Obrador, es el enajenado?