Inicié, en el último Pesos y Contrapesos, una serie de tres artículos dedicados al tema del gobierno hada madrina, dado a la tarea de concederle, a algunos gobernados, por medio de la redistribución, desde cuna hasta tumba, serie que considero oportuno interrumpir, para continuarla en la próxima entrega, con el fin de comentar, aunque sea brevemente, el programa Acciones en Apoyo a la Economía Familiar, razón por la cual abro este paréntesis.

Lo primero que hay que aplaudir del programa es la eliminación de aranceles (impuestos) a la importación de trigo, arroz, maíz blanco y amarillo, frijol, sorgo, pasta de soya, fertilizantes nitrogenados, insumos químicos para la producción de fertilizantes, y abonos, así como la reducción, a la mitad, de los aranceles a la leche en polvo. Todo ello apunta en la dirección correcta, y tendrá como consecuencia, no una baja en los precios de los alimentos, sino un menor aumento de los mismos.

En segundo lugar llama la atención que en ningún momento se habló de control de precios, lo cual, ante el aumento en el costo de producción de los alimentos, causa del aumento en sus precios, que a su vez es lo que garantiza el abasto, hubiera sido un grave error, cuya consecuencia hubiera sido la escasez. Se habló, sobre todo porque es lo políticamente correcto, de “alternativas para evitar alzas abruptas en los precios”, pero no de control de precios, lo cual, insisto, hubiera sido un error. Lo que no se nos dijo es a partir de qué porcentaje el alza de un precio resulta abrupta, ni cuáles son las alternativas a dicha alza.

En tercer lugar hay que comentar el tema de los subsidios, tanto a los productores, como a los consumidores, subsidios que son políticamente correctos, pero cuestionables desde el punto de vista económico (inducen una mal asignación de los factores de la producción) y ético (suponen quitarle dinero a unos – los contribuyentes -, para dárselo a otros – productores o consumidores -), subsidios que van desde entregarle una mayor cantidad de dinero en efectivo (de 535 a 655 pesos mensuales) a las familias más pobres, hasta otorgarle créditos preferenciales, e insumos a precios accesibles, a los productores más pobres (para lo cual ya se cuenta con una bolsa de 20 millones de pesos).

Además de lo dicho hay que hacernos cuatro preguntas: ¿cuánto va a costar el programa?, ¿de dónde van a salir los recursos?, ¿quién gana?, ¿quién pierde? Por ejemplo: la eliminación y reducción de aranceles se traducirá, como que dos más dos son cuatro, en menores ingresos para el gobierno, caída que deberá compensarse, o con recorte de gastos, o con aumento de otros ingresos, o con ahorros (suponiendo que los haya). Primera pregunta: ¿de cuánto será la baja en los ingresos del gobierno? Segunda: ¿cómo se compensará? Tercera: ¿quienes ganarán? ¿Los consumidores? ¿Los productores? Cuarta: ¿quiénes perderán? ¿Los contribuyentes, a quienes se les cobre algún impuesto adicional para cubrir la diferencia? ¿Los burócratas, a quienes se les recorte presupuesto para, nuevamente, cubrir la diferencia entre lo originalmente presupuestado y lo efectivamente recaudado? ¿Los excedentes petroleros alcanzarán para financiar el programa? Y si alcanzan, ¿ese, el financiamiento del mentado programa, es su mejor destino?

Por lo pronto, allí está el programa, y ya veremos cómo evolucionan los precios de los alimentos, su oferta y su consumo.