La economía mexicana tuvo en este 2005 un crecimiento de 3 por ciento. Las cifras son preliminares, es cierto, pero inevitables. Durante todo el año la Secretaría de Hacienda se negó a modificar su pronóstico original de 4 por ciento: incluso se cuestionó al Banco de México por reducir su pronóstico. Pero faltando apenas tres semanas para finalizar el año, el secretario Francisco Gil Díaz reconoció que la economía nacional registraría una expansión de sólo 3 por ciento en este 2005.

La cifra no es necesariamente mala. No es como los registros de los tres primeros años de este gobierno, cuando la economía nacional estuvo virtualmente estancada. Tres por ciento no es mucho, pero tampoco es un estancamiento. Lo lamentable es que la economía de este 2005 no pudo sostener el paso de 4.4 por ciento de expansión que México tuvo en el 2004. Algunos especialistas empiezan a señalar, de hecho, que el cuatro y medio por ciento es el máximo al que puede crecer la economía mexicana con sus actuales estructuras. Y esto no es suficiente para generar los empleos y la prosperidad que requiere un país pobre como el nuestro.

Otros países están haciendo las cosas de mejor manera. China, la India y Chile, por mencionar sólo unos ejemplos, están creciendo todos por arriba del 5 por ciento anual. Yo sé que nuestros políticos se han cansado ya de que se les diga que no han hecho las reformas de fondo, las que nos permitirían tener una economía más competitiva. Pero su molestia no elimina el hecho de que, ante la falta de estas transformaciones, la economía mexicana no puede crecer por arriba de un determinado nivel.

En el momento en que se cierra este 2005 debemos recordar que la razón principal de la política es generar prosperidad. Si no logramos atacar la pobreza que agobia a casi la mitad de la población mexicana, de poco sirve tener ese sistema de legisladores, burócratas, jueces y funcionarios públicos que nos cuesta a los mexicanos casi dos billones de pesos al año.

En este año se perdieron todas las oportunidades de hacer reformas de fondo. El engorroso e ineficiente sistema fiscal mexicano se mantuvo incólume. Los obstáculos a la inversión privada en energía siguen dificultando el desarrollo. Los laberintos burocráticos que impiden la inversión de pequeñas y medianas empresas están tan presentes como siempre. El sistema judicial sigue demorando años para tomar cualquier decisión y cuando la toma se basa en la forma y no en el fondo. La ley laboral sigue protegiendo los privilegios de los líderes sindicales e impidiendo la creación de nuevos empleos.

México, me queda claro, no va a desaparecer porque no se hagan las reformas estructurales. La economía no dejará de crecer. El problema es que no lo hará al ritmo en que lo están haciendo otros países del mundo y en especial los que se han convertido en rivales comerciales de los productores mexicanos.

Cierra este 2005 con una nueva oportunidad perdida y con la certeza de que en el 2006, cuando todo el sistema político estará volcado hacia las elecciones del 2 de julio, ya no habrá oportunidad para llevar a cabo estas reformas. Hemos perdido un sexenio más. Quizá hayamos tenido avances en materia administrativa, como lo hemos visto por ejemplo en los programas de combate a la pobreza que han tenido éxito a pesar de la falta de crecimiento, pero las transformaciones de fondo simplemente han seguido ausentes.