Estamos siendo invadidos por una civilización atrasada. Otra vez nos habremos de convertir en esclavos de un sistema obsoleto, otra vez habremos de vivir en la estrechez, en las limitaciones.
Como se
habrán percatado los lectores de mis colaboraciones en diversos medios, usualmente
no suelo escribir cosas que suenen, digamos, muy personales. Esta vez, sin
embargo, permítanme que les cuente algo que soñé hace tiempo pero de cuyo
recuerdo no me puedo escapar.
Era una
etapa de mi vida en la que estaba ocupado estudiando las causas del
subdesarrollo en el que históricamente ha vivido nuestro país.
Leía la
historia de nuestra patria y descubría civilizaciones precortesianas brillantes
y poderosas pero también caracterizadas por formas de gobierno atrasadas:
esclavismo, monarquía, desigualdad, superstición, abuso y explotación.
Leía la
historia colonial y encontraba un país que por siglos estuvo en el
estancamiento, en la desigualdad. Otra vez señores y siervos, virreyes obesos y
depravados gobernando un país de indios agachados y sobrexplotados.
Revisaba la
etapa independiente –¿independiente de qué?- y se me
aparecían las figuras y los hechos de un país de conflictos, de guerras,
cuartelazos, emperadores, dictadores, invasiones y mil infortunios.
Hurgaba en
la etapa “revolucionaria” y se aparecían escenas de luchas armadas, caudillos,
caciques, gobiernos demagógicos y rapaces, pobladores hambrientos y resignados.
Leía los
periódicos de la época contemporánea y observaba una maltrecha república
desgobernada por una partidocracia cleptomaniaca y
cínica ocupada nada más en llevar agua a su molino sin importar que al mismo
tiempo se robaran el bienestar y la prosperidad de hoy y de mañana.
Así en este
estado mental, anímico y espiritual de un
servidor, un día de aquella etapa de mi vida, fui a la cama con esa carga de
sensaciones. Esa noche tuve un sueño. Ese sueño es más o menos el siguiente:
De repente
en una madrugada cualquiera de Hermosillo el cielo se llenó de actividad. Allá
en la bóveda celeste visible se empezaron a percibir resplandores y a
escucharse ruidos. Pronto fueron observables máquinas voladoras cubiertas de
luces y emisoras de sonidos. Eran naves nodrizas de las cuales salían platillos
voladores. La gente comenzó a salir de sus casas -muchos en pijamas- y en medio
del asombro nadie acertaba a entender que estaba pasando.
En la
confusión de un cielo inusitado de pronto se distinguió lo que podría ser la
nave capitana: Imaginen ustedes un enorme barco flotando sobre el cielo de
Hermosillo. De pronto el ruido ensordecedor de naves y platillos se torna en un
zumbido sordo, leve, constante, como el de muchos motores en posición neutral.
De alguna parte
de lo que parecía ser la nave capitana, la más grande de todas las que
componían la flota invasora, se empieza a escuchar lo que parece ser un mensaje
a los terrícolas. Alguien en un español incorrecto y mal pronunciado se dirige
a los hermosillenses y en el entrecortado mensaje como de micrófono con fallas,
se entiende que la población nada debe de temer, que se está llevando acabo una
invasión pacífica de la que nadie debe salir dañado. Se solicita calma y que
nadie debe intentar defenderse ya que los visitantes disponen de armas
poderosas capaces de convertir en un pequeño montículo de materia verde y
pegajosa a todo aquel que se atreva a oponer resistencia.
La gente se
encontraba muda de admiración y de terror y sólo algunos niños gritaban y señalaban
hacia la multitud de platillos voladores que parecían estar en formación sobre
el cielo de la ciudad.
Pasado el
impacto de la sorpresa y ya cuando la gente empezaba a comentar entre sí sobre
lo increíble del suceso que estábamos viviendo, me pongo a observar las naves y
platillos y además de las fallas del sonido y el mal español que ellos hablan, comienzo
a percibir que los objetos voladores no son como los que salen en las películas
sino que al contrario dejan mucho que desear.
El material
de que están hechos se observa oxidado y tienen remiendos por todos lados como
si se les hubiera hecho un mal trabajo de carrocería. Inclusive uno de lo platillos
se ve obligado a descender en una maniobra que más bien pareció un aterrizaje forzoso.
De pronto en
mi sueño tomo conciencia de lo que está sucediendo. ¡Chin…!
Otra vez México, otra vez mi país, está llegando tarde y mal a la historia:
estamos siendo invadidos por una civilización atrasada. Otra vez nos habremos
de convertir en esclavos de un sistema obsoleto, otra vez habremos de vivir en
la estrechez, en las limitaciones. Otra vez tendremos a quien echarle la culpa
de nuestro subdesarrollo.
Un simple
sueño.
EntrarTanta sociedad como sea posible, tanto gobierno como sea necesario.