Cuando una sociedad es atrapada en lo que Keynes llamaba “olas de pesimismo”, entramos al laberinto de las expectativas racionales en la cual esa conciencia colectiva de la sociedad provoca suceda lo mismo que tanto teme.
Con motivo de la encrucijada
financiera en la que el mundo entero se encuentra en estos momentos, hace unos
días uno de los miembros del consejo editorial del Wall
St. Journal llevó a cabo
una entrevista con la legendaria economista Anna Schwartz. La Dra. Schwartz a sus
91 años de edad permanece tan lúcida como cuando, durante los años 60, en
sociedad con Milton Friedman escribiera la magna obra
Historia Monetaria de los EU.
Después de llevar a cabo un
brillante análisis de las diferentes causas que nos llevaron
a esta vorágine, la Dra. Schwartz identifica una en
especial: el pánico que ha invadido a los participantes del mercado en general
y, en especial, a inversionistas tradicionales y a las fuentes de
financiamiento personales y corporativas que son la sangre en la economía
mundial. Siendo este fenómeno algo de trascendencia global y los EU siguen
siendo quienes todavía marcan el ritmo de la danza en los mercados mundiales,
es importante identificar qué pasa en este país.
Estados Unidos se encuentra en medio
de un fenómeno económico que nadie parece capaz de entender, mucho menos
rastrear sus causas. Después de casi 20 años de agresivo crecimiento sólo
interrumpido por una leve recesión que le costó la Presidencia a Bush I, el país inició otra mucho más larga y severa la
segunda parte del año 2000, es decir, Bush II la
heredó. Pero esto se complicó aún más con los ataques terroristas, la guerra
con Irak y finalmente con la burbuja inmobiliaria. En estos momentos los
economistas se jalan los cabellos tratando de encontrar explicaciones cuando el
termómetro más popular para medir el pulso de la economía, el mercado de
valores, se encuentra como Mike Tyson
después de su última pelea.
Al inicio de un día normal luego de
leer los diarios, visitar los canales de TV especialistas en asuntos
financieros, los portales de los economistas más prestigiados del mundo,
terminamos más confundidos y afectados. Es un hecho el que la economía número
uno del mundo vivió primero un proceso deflacionario por varios años seguido
por agresivas inyecciones de dinero de parte del FED, y ahora los economistas
no se ponen de acuerdo al identificar las raíces de esta masacre financiera. Sin
embargo, hay una nueva corriente de pensamiento que ha agregado un interesante
ingrediente a este potaje de confusión: Depresión; y no, no hablamos de la gran
Depresión de 1929, hablamos de la gran depresión mental y emocional que sufren
los actores en los mercados americanos.
Importantes organizaciones de salud
y de negocios han alzado ya la voz de alarma, afirmando el que la depresión
generalizada de la fuerza de trabajo está causando un serio impacto en la
productividad de la economía americana. En esta nueva economía de servicios, de
información alimentada basándose en creatividad en al cual se requiere a sus
participantes estar alerta, enérgicos y motivados para responder ágilmente a
los estímulos; el estado de salud mental es de importancia fundamental. Novedosas
investigaciones nos indican que el costo de la depresión a la economía es de
más de 200 billones de dólares al año. Pero otras aun más recientes y
sofisticadas nos informan que las pérdidas producidas por empleados “trabajando
deprimidos,” pueden ser 10 veces mayor que el ausentismo.
Cuando tuve acceso a esta
información, de inmediato vino a mi mente el título de la obra magna de ese
gran economista Von Mises; “La Acción Humana.” Me
parece que entre las olas de tecnología, movilización instantánea de capitales,
sofisticación de los instrumentos financieros cuando se habla ya de finanzas
nucleares, hemos olvidado el que finalmente lo que cincela las economías del
mundo es eso: La Acción Humana.
En las inversiones que hacen
empresas y países en el capital humano, parece que hemos olvidado que el activo
más importante de la gente es su sanidad mental. Larry
Kudlow, un prestigiado economista afirma el que la
economía ya ha recibido los estímulos monetarios y fiscales requeridos, lo que
ahora demanda el mercado es que el Presidente Bush
“dé la cara más seguido asegurando que todo estará bien.”
Hace casi 200 años Henry David Thoreau escribió: “La mayoría de los hombres viven vidas de
silenciosa desesperación.” Pero nunca imaginó que hacía una importante afirmación
económica. Esa callada desesperación que domina a mucha gente actúa como una
grieta en la estructura de un barco que lentamente lo inunda y lo hará
naufragar; es como una pequeña herida que poco a poco desangra a quien la sufre
para finalmente provocarle la muerte. Pero algo aun más grave es el que
personas que ocupan importantes posiciones de liderazgo, sufren de esa
silenciosa depresión cuando desarrollan sus responsabilidades contagiando a sus
tropas.
Los periodos de comportamiento
económico más negativos de los EU han sido aquellos en los cuales los
Presidentes eran hombres que sufrían de profundas depresiones: Lyndon Johnson (1963-1968),
Richard Nixon (1968-1974), Jimmy
Carter (1976-1980) siendo este último quien en uno de
sus estados depresivos condenó al país a la negra Malasie
que él veía, e invitaba a los americanos a prepararse para una vida de
privaciones y decadencia. Fue tal el periodo depresivo de Carter
que los EU fueron sentenciados por el mundo entero a iniciar una caída similar
a la del Imperio Romano.
Cuando una sociedad es atrapada en
lo que Keynes llamaba “olas de pesimismo”, entramos
al laberinto de las expectativas racionales en la cual esa conciencia colectiva
de la sociedad provoca suceda lo mismo que tanto teme. Cuando la gente “piensa”
se encamina hacia una recesión, no gasta, no viaja, no consume lo normal. Las
empresas no invierten, reducen sus inventarios, despiden gente y de esa forma
que ellos mismos provocan lo que tanto han temido. Pero además, el ser humano
en ese tipo de situaciones de forma natural busca la protección del más fuerte,
y es cuando el estado se extiende de forma gigantesca.
Es por ello que hace un par de años
la rama de la economía del comportamiento humano otorgó el premio Nobel a la figura no de un economista sino de un psicólogo,
precisamente por sus aportaciones de las diferentes conductas humanas a los
procesos económicos. El mundo entero en estos momentos es cubierto por una ola
de pesimismo -afirma la Dra. Schwartz- y mi buen
amigo, Carlos Alberto Montaner, conociendo bien lo
depresivo del tirano de Venezuela, sugiere que Hugo Chávez cambie su grito de
batalla a: “Prozac o muerte.”
EntrarDurante siglos se ha debatido quién debe detentar el poder y no los límites de ese poder.