Una nueva doctrina se ha adueñado de los medios de comunicación y de las cámaras parlamentarias: al parecer, el pensamiento capitalista que Adam Smith ayudó a crear hace dos siglos ha sido arrumbado al basurero de la historia por la presente crisis financiera.
Madrid (AIPE)- Una nueva doctrina se ha adueñado
de los medios de comunicación y de las cámaras parlamentarias: al parecer, el
pensamiento capitalista que Adam Smith
ayudó a crear hace dos siglos ha sido arrumbado al basurero de la historia por
la presente crisis financiera y Gordon Brown, el primer ministro británico, ha sustituido a Smith en el panteón de los grandes pensadores. Para Brown y otros refundadores del capitalismo, el
apalancamiento y la innovación financiera son de mala nota. Pues bien, aún
tienen mucho que decir Adam Smith
y los otros grandes economistas de la tradición liberal sobre la contribución
de la actividad financiera a la riqueza de las naciones.
Como bien dijo Adam Smith en su gran tratado de economía de 1776, “el consumo
es el único fin y propósito de la producción”. A pesar de su sencillez, esta
doctrina no es fácil entender, especialmente en estos momentos de crisis en que
toda nuestra atención está fija en la parte instrumental de la actividad
económica y dentro de ella, en la más remota y abstracta, cual es la finanza. Cómo organizar y encauzar la actividad financiera
capitalista para fomento de nuestro bienestar, esa es la gran cuestión del
momento.
La idea de consumo es mucho más amplia de lo que
suele entenderse. Incluye, no sólo la satisfacción de nuestras necesidades
corporales y mentales, sino todo aquello que forma parte de lo que valoramos,
incluso lo que no toca directamente a nuestra persona. Por ejemplo, el
bienestar de los hijos formará parte del “consumo” de los padres incluso cuando
ya no sean de este mundo; y lo mismo cabe decir del progreso general de los
conocimientos para un científico.
De esto se deduce que el consumo no es algo
momentáneo sino que se extiende en el tiempo. Los individuos intentamos
organizar nuestra producción y distribuir el consumo a lo largo de toda la
vida, o más allá incluyendo una o dos generaciones más. Eso implica que los individuos
tendremos diferentes necesidades de financiación en cada momento de la vida.
Durante los años de niñez, crecimiento y formación, las personas consumimos e
invertimos mucho más de lo que producimos: para ello, habremos de utilizar los
ahorros de personas que se encuentren en otro momento de la vida en que
consumen menos de lo que producen y que acumulan ahorros para un futuro más
lejano. Típicamente, una familia joven se endeuda a cambio de prometer la
devolución con réditos en momentos de mayores disponibilidades. Las personas de
edad más madura estarán en disponibilidad de prestar sus ahorros, y así acabar
la vida con medios suficientes para mantenerse en el retiro y dejar tras de sí
justo lo que quieran pasar a sus descendientes. Las meras diferencias de
situación en la vida, pues, inclinan de por sí a las distintas personas hacia
diferentes patrones de consumo y ahorro y dan ocasión a intercambios
financieros convenientes para todas la partes.
Otra diferencia entre los individuos en materia
de consumo es su aversión o inclinación al riesgo. Las personas adversas al
riesgo tenderán a ahorrar más por término medio en la vida y las inclinadas al
riesgo a endeudarse más. Me refiero al riesgo puro que estudió Frank Knight en su tesis doctoral
de 1921, no a la incertidumbre normal de los asuntos humanos, para cubrirse de
la cual es posible contratar un seguro. En toda sociedad progresiva hay
empresarios dispuestos a buscar réditos con proyectos e ideas de mayor varianza
en los resultados. No todos los amantes del riesgo son productivos: un ladrón
de viviendas corre riesgos detrayendo recursos de otros para poder consumir sin
demora. Sí que es productivo el empresario que reduce su consumo, aplica el
capital que ha acumulado y se endeuda, para invertir con la esperanza de
obtener réditos en proyectos cuya productividad otros no hayan sabido ver. Ésta
es otra oportunidad para intercambios financieros, una oportunidad que en este
caso fomenta la aparición de un tercer actor, el intermediario financiero. Como
los adversos al riesgo prefieren mucha liquidez en sus colocaciones, mientras
los de ánimo empresarial se embarcan en inversiones de largo plazo y poco
líquidas, hay un papel para las instituciones capaces de transformar ahorros
liquidables a corto plazo en inversiones más fijas a largo.
En este punto interviene el apalancamiento como
instrumento que magnifica la productividad de las apuestas empresariales.
Apalanca el banco o intermediario financiero que, no sólo corre el riesgo al
transformar ahorros a corto plazo en inversiones a largo, sino al multiplicar
los ahorros originarios concediendo crédito por un valor mucho mayor que el
depósito inicial. Apalanca quien contrata a futuro, o toma unas opciones, o
realiza unos swaps
de divisas o tipo de interés, o vende acciones a la baja sin cobertura, con
riesgo de tener que aumentar el colateral de garantía si las expectativas se
vuelven en contra. La cuestión es siempre la misma: lo mantenido en caja para
una posible necesidad de liquidación es siempre mucho menos que las
obligaciones incurridas: eso vale para los depósitos bancarios igual que para
las ventas de materias primas o de títulos sin tener más que una cobertura
parcial.
La tentación en momentos de crisis financiera
del sistema en su conjunto es prohibir o limitar drásticamente todos esos
apalancamientos. Con medidas mal consideradas de este tipo se perdería la
productividad nacida de apuestas con éxito y con muchos más fondos que los
originales, por proyectos que puedan resultar muy productivos. No se trata pues
de acabar con el capitalismo salvaje o el neoliberalismo, sino de alcanzar ese
delicado punto de regulación que evite accidentes catastróficos sin perder las
ventajas de apalancar o de multiplicar riesgos empresariales productivos. ¿O es
que queremos que nuestras economías dejen de crecer?
___* Profesor de
EntrarTanta sociedad como sea posible, tanto gobierno como sea necesario.